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El adiós más difícil: la pérdida de una madre

El adiós más difícil: la pérdida de una madre

Asimilar una pérdida es siempre difícil. Más todavía si se trata de una persona a la que quieres. Despedirse de alguien con quien has pasado tiempo y ha estado en momentos importantes de tu vida es una de esas cosas en las que intentamos no pensar, engañándonos a nosotros mismos fingiendo que no existen y diciéndonos que, si tiene que llegar, lo hará muy tarde. Como si por tardar más, doliera menos.

El dolor se hace mucho más grande si la persona a la que perdemos es nuestra madre. “Es ley de vida”, te dices. Sin embargo, no hay palabras o gestos de los demás que consigan evitar que empieces a pasar por las distintas fases del duelo, la mayoría, dolorosas.

Respecto a esto, The Royal College of Psychiatrists, de Reino Unido, ha realizado una investigación que ha situado el aturdimiento como la primera sensación que nos invade tras la marcha de nuestro ser más querido.

 

Y es que el primer mecanismo de nuestro cerebro, cuya única función es protegernos del dolor, es no creerse lo que está pasando. El “no lo he asimilado todavía” o el “aún no me lo creo” son frases recurrentes en una situación de este tipo.

Sin embargo, este estado de entumecimiento nos permite realizar todos los trámites necesarios tras una muerte: cuestiones funerarias, lo relacionado con el cementerio y soportar el continuo ir y venir de personas que, con la mejor de sus intenciones, se acercan a darnos el pésame.

Si lo pensamos fríamente, todos estos procesos que realizamos con una especie de piloto automático serían desgarradores si fuéramos plenamente conscientes de ellos. Pero la explicación es sencilla: nos protegemos a nosotros mismos ante una situación así de dura para poder sobrellevarlo hasta que tengamos tiempo de detenernos para pensar y desahogarnos de una manera más íntima y consciente.

Sin embargo, esta fase no dura igual para todos. Siempre hay gente “más dura” que otra que consigue mantenerse entero en situaciones de este tipo. El siguiente estadio tras una pérdida tan grande es el de profunda tristeza, desesperación e, incluso, ira. Una vez superadas las convenciones sociales y los rituales modernos tras un fallecimiento, nos damos de bruces con la realidad.

Por momentos nos ahogamos y nos invade la sensación de absoluta soledad. Miles de preguntas nos sacuden, las lágrimas no paran de brotar de nuestros ojos. “¿Por qué ella?”.

 

Afortunadamente, la conexión entre una madre y un hijo es muy difícil de romper. Desde que nacimos, la primera persona con la que tuvimos contacto y desarrollamos una relación fue con nuestra madre, es por eso que el vínculo que se inició con ella incluso antes de que llegaramos al mundo se mantendrá más allá de los límites físicos. Una madre siempre acompañará a su hijo, sea de la forma que sea.

Es ley de vida”, acabamos repitiéndonos mientras sacamos fuerzas de flaqueza para enfrentarnos a una vida que se parece mucho a la que teníamos, pero a la que le falta algo. Una vida que, a pesar de todo, no se ha detenido.

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