Nos estamos muriendo un poco. Nos está tocando hacer balance de nuestra vida. Reencontrarnos con personas del pasado, que tras mucho tiempo sin saber de ellos te sorprenden con un mensaje e incluso con una video llamada.
Nos estamos muriendo un poco. O al menos se está muriendo una parte de lo que hemos sido.
Nos estamos muriendo un poco y ya no hacen falta las caretas. Una venda se nos cae para ver y mirar de una forma diferente a esas personas que realmente son importantes en nuestra vida.
Nos estamos despidiendo, cada uno a nuestra manera de esa forma de vivir que ha sido nuestra, tan nuestra, pero en la no éramos nosotros mismos.
Hay quien se resiste, quien no asume esta nueva situación. Quien no quiere pararse, ni siquiera ahora, a pensar qué ha hecho y qué está haciendo con su vida.
Nos estamos muriendo y se nos está permitiendo ser madres a las que forzosamente nos hemos bajado del tacón y nos hemos puesto el delantal. Estamos pasando tiempo con nuestros hijos, descubriéndolos en muchos casos. Y a través de ellos, a nosotras.
Nos estamos muriendo cada mañana al despertar. Porque cada día en sí ahora es un reto del que no se puede escapar.
«Hace falta morir para volver a nacer»
Nos estamos muriendo todos a la vez, quizá, porque hace falta morir para volver a nacer.
Está claro que no lo estábamos haciendo bien. Tanto hemos repetido de manera individual cuando otros estaban en aprietos que no era nuestro problema, que ahora todos tenemos el mismo problema y la solución forma parte de todos.
Tanto hemos postergado cafés, conversación, que por falta de tiempo hemos ido dejando para otro momento, un momento que nunca llegaba, que ahora, antes de morirnos nos han dado todo el tiempo del mundo para no dejar en el olvido esos encuentros, aunque sean a través de una pantalla. Tiempo para despedirnos, recordar y reencontrarnos.
Y así estamos, todos en nuestro funeral. Unos con más trabajos pendientes, y otros sintiendo una paz profunda por el camino recorrido.
«Menuda lección de humildad nos está dando este bicho»
Menuda lección de humildad nos está dando este bicho. Nos creímos invencibles, soberbios, y nos damos cuenta ahora que somos insignificantes.
Se está llevando a toda una generación que muere físicamente. Se está llevando a esos que tanto aportaron y que ya no tienen que estar. Ellos ya han cumplido su parte del trato. Ahora nos toca a nosotros morir, para resituarnos, para transformarnos, para volver a nacer y por fin avanzar.
Dejemos atrás lo que ya no sirve, lo que nos tenía anclados a la continua frustracción, a la infelicidad, a la dictadura de las agendas y que nos ahorcaba muchas veces sin poder respirar.
Nos mandaron un aviso con la crisis de 2008 y no, no aprendimos. Volvimos a caer en nuestros propios errores. Y ahora, cual padre que te dice que ya te avisó, pero no hiciste caso, nos vuelve a castigar. A ver si así aprendemos la lección. Esta vez el castigo es más duro y nos toca cumplirlo a todos por igual. Muramos, muramos pero aprendamos. Convirtámonos en esa persona que siempre hemos querido ser. Esa persona que nos habla desde el corazón y a la que pocas veces escuchamos. Muramos, y mientras suena el requiem abramos los ojos a una vida nueva. A una nueva humanidad.