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Una reflexión sobre el confinamiento por el COVID-19, por Juande Serrano

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Una reflexión sobre el confinamiento por el COVID-19, por Juande Serrano

Una reflexión sobre el confinamiento por el COVID-19, esta vez no podía escribir sobre otro tema. Esa presunción que teníamos todos de que no íbamos por buen camino, esa incapacidad mental para pararnos y para repararnos, esa comercialización de las sensaciones para darnos placer, ese amor líquido que deriva en el abrazo del erizo, ese individualismo narcisista para el coaching del éxito personal, ese desprecio continuado de los pequeños detalles, ese distanciamiento afectivo con los que más nos importan, ese desprecio a lo viejo porque ya no resulta útil, ese rechazo visceral para aburrirse creativamente sin ser productivos, esa riqueza tan pobre que se limita a la cuenta bancaria, esas ideologías trasnochadas que tanto nos enfrentan a unas con otros y esa soberbia de la vida ignorando la vulnerabilidad para la enfermedad y la muerte

 

Cómo hemos podido confundir tan fácilmente la utilidad con la identidad, cómo hemos basado la vida tan solo en la productividad, cómo hemos sido capaces de correr 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin pausa, descuidando cada mirada y cada palabra que nos hace ser humanidad. Cómo nos convertimos en traficantes de caricias interesadas. Cómo dejamos de aprender a amar. Cómo se nos olvidó eso de que aquí venimos a compartir y no a tanto competir que tan frustrados nos deja, porque más temprano que tarde todos perdemos si ganamos compitiendo.

«La única manera de salir de ésta es la suma de cada individuo»

Pero ahora, es nuestra misma naturaleza la que intenta reequilibrarnos, corregirnos de nuestras propias equivocaciones, hacernos conscientes de que todos somos vulnerables, de que somos animales de abrazos, de que la interdependencia es el mejor modelo para vivir la vida, de que lo que no se comparte se pierde. Es ahora cuando esta epidemia nos manda un mensaje claro: la pertenencia a un colectivo interdependiente, que lo que uno hace tiene su consecuencia en el otro, que la única manera de salir de ésta es la suma de cada individuo, de la importancia de la solidaridad, de la ayuda recíproca e incluso de ese egoísmo inteligente que hace que los demás puedan estar muy bien para que yo pueda estar bien. De ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad interdependiente: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos.

Mientras tanto, la pueril y fútil política del coronavirus ha irrumpido en nuestras vidas generando estrés, incertidumbre, ansiedad, algunos episodios de compras compulsivas y un largo encierro. Tras la declaración del estado de alarma por el coronavirus la mayoría de nosotros nos hemos quedado encerrados en casa de mejor o peor talante. Y hay que evitar que afecte a nuestro estado de ánimo. Porque esto será para largo, y no me refiero al encierro, sino a las consecuencias de parar en seco una sociedad que tan sólo estaba motivada por el consumo y la productividad. No nos quedará otra que ser resilientes, que generar aprendizajes sociales, que afrontar el sufrimiento de las pérdidas, que volver a creer en la esperanza y de aprovechar la crisis para la transformación individual y colectiva de una sociedad que nos alejaba cada vez más de la felicidad y el bienestar existencial.

Este virus y su epidemia nos impone esta parada en seco, está pérdida dolorosa y esa reflexión inevitable de qué carajo estamos haciendo con el regalo de la vida.

Y mi intención era dar un decálogo preventivo para sobrellevar mejor este periodo. Pero para qué, si también lo vamos a consumir. Me parece mucho más sensato compartir estas reflexiones que se derivan de lo que observo cada día en mi consulta por el sufrimiento de mis pacientes por lo vivido, por lo que viven y por lo que les queda por vivir. Con esa pretensión psicoterapéutica de deconstruir todo aquello que ha construido nuestra vida de una manera insatisfactoria. Con el deseo apasionado porque la necesaria catarsis nos ayude a todos a ser más humanos, a ser más generosos y a ser más flexibles con nosotros mismos, con los demás y con la vida. Y utilizo la palabra catarsis con ese significado que tenía para los antiguos griegos de purificación de las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica. Procurando así, la liberación o eliminación de los recuerdos que alteran la mente o el equilibrio nervioso.

«A la civilización actual le falta  vida contemplativa»

Con estos días de confinamiento nos damos cuenta de que el tiempo ha perdido hoy su re-creación. A la civilización actual le falta sobre todo vida contemplativa. Por eso desarrolla una hiperactividad, que le quita a la vida la capacidad de demorarse, disfrutrase y recrearse. Ya no es posible experimentar un tiempo pleno. A causa de esta falta de tranquilidad, nuestra civilización se está tornando muy aburrida. Y el tedio, paradójicamente, se combate con contemplación de la propia vida creando espacios de recreación para la conexión con el tipo de vida que llevamos y el mundo que nos circunda.

El tiempo en la intimidad de los afectos se reduce a escasas horas en el día, mientras que al trabajo no sólo les damos mucho tiempo de nuestras vidas, sino también nuestras energías físicas, mentales y emocionales. A las prisas por producir, en realidad, no les importa si uno está enamorado, si está enfermo o algún familiar suyo acaba de fallecer; todo va tan rápido para seguir siendo productivos. La cadena de producción no puede parar por tus sentimientos. Vivimos en una sociedad represiva a la que le conviene constreñirnos al acceso al placer, al amor, al juego y al disfrute. Prefieren que disfrutemos consumiendo o dediquemos nuestro tiempo a trabajar: el amor es improductivo. Poco rentable para una sociedad así.

 

Porque muchos han aprovechado para vendernos una farmacología social que tranquilice nuestra efímera y frágil existencia. Entonces compramos las sensaciones, las necesidades artificiales, las políticas, los coaching, el pádel y hasta el egoamor como la gran anestesia de nuestro tiempo. Y todo ello es farmacológico porque tiene la intención de la farmacología que es tranquilizarnos. E incluso de algo peor, el fármaco, la palabra en griego, phármakon, significa tanto remedio como veneno. De tal manera que lo que nos inoculamos para curarnos es al mismo tiempo lo que nos está matando.

«Deberíamos inventar una nueva forma de tiempo»

Realmente deberíamos inventar una nueva forma de tiempo. Un tiempo de ociosidad, que haga posible recrearse, abrazarse y permita una experiencia de la duración. Un tiempo en el que la vida se refiere a sí misma, en lugar de someterse a un objetivo externo. Deberíamos liberar la vida de la presión de consumo, del trabajo y de la necesidad de rendimiento y éxito. De lo contrario, la vida no merece la pena vivirla…

La catarsis sobrevenida por el coronavirus nos debe llevar a la transformación en donde un sistema productivo y consumista exista más acorde a nuestras necesidades vitales, individuales y colectivas. Más allá de los bienes materiales, se trata de recuperar el tiempo y energía para disfrutar de la vida: necesitamos tiempo para amar, para disfrutar del placer en toda su plenitud. Tiempo para escuchar, para viajar, para conocer, para compartir, para construir comunidades con los demás, para dar lo mejor de uno mismo. Tiempo para apoyar, para crear redes, para celebrar, para aprender, para crear y recrear. Tiempo para cultivar y nutrir lo único que parece darle un poco de sentido a la vida: el amor y sus correspondientes afectos.

Mientras tanto veo como la muchedumbre con mucho furor le aplauden al ocaso del sol…que espero sirva para construir una vida con más sentido y un mundo mejor para todos.

 

img_4144 Juande Serrano

Psicoterapeuta Transpersonal en Experto en Parejas y duelo

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