Enfadarse, cabrearse, encolerizarse, enfurecerse, enojarse, etc., son acciones que tienen como eje generador la emoción de rabia o de ira. Ésta aparece cuando nos sentimos invadidos, desplazados, cuando no conseguimos aquello que nos habíamos propuesto o cuando el resultado no lo consideramos justo. Si recordamos cuáles eran las funciones de nuestras emociones más básicas en “El comportamiento no verbal y las emociones en nuestro día a día”, la ira nos motiva a destruir o a modificar las posibles amenazas u obstáculos que nos vamos encontrando. Si no experimentásemos malestar cuando algo no va por el camino esperado o cuando invaden nuestro terreno (físico o moral), no haríamos nada por corregir la situación. Otra cosa es de qué forma vamos a expresar nuestra ira. Por ejemplo, estamos intentando quedar bien como anfitriones y hemos decidido confeccionar un plato atractivo, rico y novedoso, pues vienen nuestros suegros a cenar. Tenemos todo el menú preparado, solamente falta que se acabe de cocer nuestro bizcocho de chocolate, le faltan unos dos minutos. Revisamos los complementos: nata montada, almíbar de melocotón, fresas y virutas de chocolate. Le echamos un vistazo al reloj, falta un minuto. Volvemos a revisar si lo tenemos todo, nos lavamos las manos mientras pensamos, con satisfacción anticipada, en la cara de sorpresa de los suegros mientras se van cortando los esponjosos y jugosos trozos del pastel, nos las secamos y… clinc, el bizcocho ya está listo.
Miramos el reloj de la cocina para comprobar cómo vamos de tiempo. Genial, media hora basta para acabar de montar el pastel. Así que abrimos el horno y sacamos el molde con el bizcocho. Cuando lo miramos nos percatamos de que no tiene la altura que habíamos previsto. Rápidamente abrimos el molde y, efectivamente, el bizcocho no ha subido. Buscamos una respuesta encima del mueble de la cocina y la encontramos: el sobre de levadura está sin abrir, con el pajarito amarillo sonriente y sin decir nada. Maldecimos nuestra falta de organización, recordamos a nuestro profesor cuando nos decía “ves lo que pasa cuando te dejas carpeta en casa”, nos enfadamos y, al final, nos sentamos en una de las sillas de la cocina para reflexionar sobre una posible solución.
En esta situación, varias serán las alternativas a elegir para solventar el problema: la primera sería tirar el bizcocho por la ventana y decirles a los suegros que son ellos lo que debían haber traído el postre, y que por su culpa nos hemos sentido muy mal por su falta de educación y de protocolo. Una segunda, decir que el bizcocho no ha salido bien, con lo que quedamos fatal en nuestro intento de coronarnos como los grandes cocineros de la familia. El resto de las alternativas son algo más creativas, rebautizando el bizcocho como brownie, siguiendo con la presentación prevista, o seguir con lo planificado sin decir nada.
Como podemos ver, la emoción de ira es algo que sentimos ante un contratiempo. Sin embargo, cómo gestionamos nuestros impulsos difiere de una persona a otra. Las personas con más conocimientos y experiencia en un determinado campo tenderán a ver más posibilidades de superación de los obstáculos que aquellas con menos. Pero también dependerá de qué se pone en juicio. Las personas que tiendan a generalizar y a retrotraerse en ejecuciones fallidas pasadas se enjuiciarán de manera negativa y global (“no sirvo para nada”), sin embargo, aquellas que lo vean de manera más realista (“la próxima vez tengo que acordarme de la levadura, vamos a ver qué podemos sacar con este bizcocho”) no reaccionarán de forma tan autopunitiva, con lo que la emoción y sus posteriores impulsos serán mejor gestionados.
A parte de toda esta reflexión, lo que interesa aquí es percatarse de que actuar con determinación, superar un contratiempo, volver a reformular o a ejecutar algo, necesitan de la emoción de ira, en cierto grado. Por eso, no debemos pensar que dicha emoción siempre es negativa, sino que es una emoción que existe y que tiene un papel necesario en la supervivencia de la especie de de cada uno de sus ejemplares.
La ira, una emoción de aproximación
En el campo del estudio de la emoción se pueden clasificar las emociones desde la perspectiva de la experiencia subjetiva, dando lugar a un grupo de emociones positivas y un grupo de emociones negativas, entre las que estaría la rabia o ira. Otra forma de clasificarlas sería atendiendo a si se promueven comportamientos y/o actitudes de aproximación o de evitación/alejamiento. En este sentido, la ira sería una emoción de aproximación. De hecho, la agresión (verbal o física) es un comportamiento hacia el objeto, al igual que lo será lanzar el bizcocho o reinventar el postre.
Dicho esto, el miedo, por ejemplo, es una emoción negativa, pero también es una emoción de evitación. En cambio, la alegría es una emoción positiva y de aproximación. Por su parte, la ira es una emoción negativa y, al igual que la alegría, de aproximación. En este sentido, Harmon-Jones y Sigelman, de la Universidad de Wisconsin-Madison, evidenciaron que induciendo la emoción de ira en los sujetos experimentales, se incrementaba la actividad en el córtex prefrontal izquierdo, al igual que en la emoción de alegría. Pero aún más, también durante la conducta de agresión.
En cambio, una activación mayor en el lado derecho sería propia de emociones con una dirección motivacional de alejamiento o huída, tal y como es el miedo.
Por tanto, no va a ser exclusivamente importante qué se experimenta o siente, sino también qué acciones se motivan. La rabia promueve la lucha, la pelea, algo que define el día a día. Si bien nos mueve la ilusión, también nos mueve la ira para ir sorteando cada problema, cada óbice, cada muro. La alegría nos dice “esto lo quiero así, por eso voy a por ello”, la ira nos dice “esto no lo quiero así, por eso voy a por ello”.
La alegría nos dice “esto lo quiero así, por eso voy a por ello”, la ira nos dice “esto no lo quiero así, por eso voy a por ello”.
La mirada del enojo
Enfadarse se muestra de forma muy clara y evidente en nuestro rostro. Bajamos y contraemos las cejas, mostramos los dientes, o apretamos la mandíbula.
Sin embargo, conviene ver qué otras cosas pasan en la cara para poder detectar el enfado en los demás, aún cuando lo intentan disimular.
Para empezar, la acción facial más característica es el ceño fruncido, sin embargo, también es una acción asociada a la perplejidad, extrañeza y a la concentración. Por eso, como con todo lo relacionado con el Comportamiento No Verbal, hay que contextualizar lo que se detecta.
Siguiendo con el tema del ceño, cuando no entendemos algo, cuando algo no lo esperábamos, solemos fruncirlo. Otras veces, cuando alguna tarea es complicada, o cuando debemos atender, pues nos interesa, también bajamos las cejas. Por eso, cuando vemos expresiones faciales en personajes públicos, podemos pensar “Éste está todo el día enfadado”, cuando lo que hace es comunicar su interés en el tema que se está tratando. Esto es, también, una estrategia cuando no deseamos que se nos note ningún tipo de emoción en la cara, pues frunciendo las cejas, con actitud de escucha, minimiza las posibilidades de otros movimientos faciales, pues las estamos forzando. En el momento de que nuestro superior nos llame para realizarnos algún tipo de observación-reprimenda-demanda de explicaciones, poner cara de interés, bajando las cejas, puede ayudarnos a disimular la emoción de miedo-canguelo que sentimos en el momento de entrar al despacho.
Una acción que se comete en nuestro rostro y que se relaciona con la emoción de ira es la elevación de los párpados inferiores. Este gesto facial, salvo en casos en los que existen problemas de visión, es un claro delator de la ira. Recordemos que hablamos de micromovimientos, pues si es algo muy claro no hace falta atender demasiado. Por esta razón, lo que se pretende es dar cuenta de lo importante de este movimiento leve de elevación de los párpados.
En la siguiente secuencia de imágenes se muestra una microexpresión de ira mediante la elevación de los párpados inferiores.
Lo interesante, además de lo leve del movimiento, es el contexto. Así se puede afirmar que lo que está ocurriendo tiene relación con un estado de enfado. Para poderlo comprobar, os recomiendo que veáis la secuencia en su situación original, ya que el vídeo no llega al minuto de duración y vale la pena. Dicha microexpresión se da entre el segundo 32 y el segundo 33.
La elevación de los párpados, además confiere a la mirada un aspecto de dureza y ataque. Así esta clase de mirada, rápida, contraída y fija es una muestra clara de que la persona experimenta rabia por alguna razón. Imaginemos que es el momento del postre y, tal y como fue la cosa, hemos decidido presentar un “brownie” al aroma de melocotón y mousse de fresas. Lo presentamos con mucha precisión, y estamos en un estado de absoluto orgullo, pues de algo que era bastante normal, hemos sacado un plato estrella.
Así que lo llevamos a la mesa y, como si fuese un bisturí cortando la piel, nuestra suegra, con sonrisa ladeada comenta “Veo que no te ha subido el bizcocho. En casa bato las claras hasta el punto de nieve y ayuda a que suba más”. En ese momento, la rabia nos consume. Lo hemos vendido como brownie y llega esta zopenca, que no se entera de nada, y nos mete los dedos donde más duele. En ese preciso instante, nuestra mirada se estrechará tal y como ha pasado en el vídeo, pero la acompañaremos con una sonrisa y con una explicación de que no es un bizcocho normal, que es un brownie. Pero claro, nuestra explicación no es suficiente, así que vuelve al ataque haciendo referencia a que estas cosas tan modernas llevan mucha química y que nadie puede saber qué está comiendo. Si nuestra mirada se acompañaba de una sonrisa, ahora se acompaña de un giro de cabeza para pasar a mirar a nuestra pareja. Esta vez es más rígida y explícita. El mensaje es claro: o dices algo tú o diré algo yo.
Como vemos, una mirada gélida y fija transmite la información de que estamos enfadados, pero la ausencia de mirada también lo hace. Como ejemplo, pensemos en los momentos en los que hemos estado en una reunión, formal o informal, de trabajo o no, y había alguien con el que estábamos pasando por un momento de enfado intenso. Lo más probable es que no le miremos a la cara, que evitemos mirarle.
Para acabar ya con el área de los ojos, algo que ocurre cuando nos desagrada algo, y que probablemente nos genere emoción de ira, es que la tasa de parpadeo se incremente. Si lo normal, en una conversación normal, es una media de 22 parpadeos por minuto, un parpadeo en algo menos de tres segundos, cuando la frecuencia aumente, hay que plantearse que algo genera malestar a nuestro interlocutor. Puede ser ansiedad o temor, pero si el contexto no da margen para ello, hay que plantearse la posibilidad de que algo esté irritando a la persona con la que estamos hablando. Es como si no se quisiese ver lo que está sucediendo. Además, si detectamos dicho incremento en el parpadeo de una persona, solamente cuando hablamos nosotros y sin tocar temas espinosos, o la ponemos nerviosa o le caemos mal.
Como ejemplo, os invito a que contéis, durante un minuto, el número de parpadeos que ejecuta el periodista del vídeo, mientras tenéis en cuenta el contexto de esa interacción:
La boca rabiosa
Una de las funciones de la boca es morder. Por eso, cuando se da algún tipo de enfrentamiento entre mamíferos, veremos que todos muestran los dientes. Es una forma de decir “Ojo, que te puedo morder y mira qué dientes tengo”. Los humanos, como mamíferos, también hacemos lo mismo.
Cuando no se puede expresar la ira de forma abierta, realizamos infinitas acciones con la boca que delatan dicha emoción, pero que pueden ser aceptables socialmente. De este modo, comprimir o afinar los labios, formar una especie de embudo con ellos o apretar los dientes pueden ser formas menos perceptibles de que el enfado se exprese. Es más, podríamos estar sonriendo voluntariamente, pero con una tensión en la boca que delataría nuestro enojo.
En el ejemplo de la cena con los suegros, la sonrisa mostrada sería tensa, pero posiblemente lo primero que haríamos sería comprimir los labios. Esta es la más fácil de reprimir la expresión emocional, sea la que sea, pero en este caso hablaríamos de reprimir la expresión de ira.
Atendiendo a la situación, cuando observemos una boca comprimida, por poco que dure, significará que la persona intenta controlar lo que puede llegar a expresar en su cara.
Otra forma de control o de represión son los comportamientos de desplazamiento o gestos adaptadores, de los que ya me ocuparé en otro momento. Pero como hablamos de expresión facial y de emociones, vale la pena acabar mencionando un tipo de gesto adaptador que realizamos con nuestra cara. Se trata de un comportamiento relacionado con el control de los movimientos de la boca.
Cuando algo nos frustra o nos enfada, o cuando una respuesta no es la que queríamos oír, nuestra lengua puede ejercer un papel importante en el control de nuestra expresión emocional. Podemos, ante un gran enojo, mordernos la lengua, pero también, y esto es más visible, podemos apretarla contra alguna de las mucosas bucales. Lo más normal es observar un abultamiento en la mejilla de la persona producido por la presión de la lengua.Este mismo comportamiento se puede dar cuando la persona está algo avergonzada o tensa, también cuando se busca un concepto o una idea que no se encuentra en nuestra memoria. Pero una vez más, debemos atender al contexto donde se da dicho comportamiento.
Por ejemplo, si en el ejemplo del bizcocho, nuestra suegra siguiese atacando tal y como lo ha estado haciendo, seguramente ese abultamiento de la mejilla aparecería en nuestro rostro, provocado por la ira. Como la emoción no podemos expresarla tal y como desearíamos, nuestra lengua reacciona como estrategia para desplazar la emoción negativa que experimentamos en ese momento.
Tal y como se puede comprobar, nuestra cara habla, a veces de forma muy sutil, sobre cómo nos sentimos. En el enfado, gestos tan sutiles como abultar la mejilla, elevar los párpados o estrechar los labios mientras se sonríe, tienen que ser considerados con especial atención, atendiendo a la situación que se produce, pues de lo que interpretemos deberemos elaborar nuestra respuesta, con el fin de lograr una interacción más positiva.
Para acabar, dejo un vídeo para comprobar que en las discusiones, no siempre se necesitan palabras. Espero que os resulte entretenido.
Francisco Campos Maya
Psicólogo y Experto en Comportamiento No Verbal y Detección de la Mentira. |