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Andrés Olivares: «La muerte no existe»

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Andrés Olivares: «La muerte no existe»

Nada más vernos Andrés Olivares me cuenta, con una gran sonrisa de niño pícaro, que ha aprendido a tocar la guitarra para poder llevar la música a los niños de la planta de Oncología del Materno Infantil. Y que además le ha dado por cantar. Y por un momento mi imaginación vuela y lo veo sobre el escenario cantando a lo Pablo Alborán aquel tema que siempre me pone la piel de gallina: “Me llaman loco…” La letra de su canción no tendría que ver mucho con la de Pablo. Pero sí, a Andrés Olivares, lo llamarán loco, habrá quien lo piense, pero…bendita locura. 

En 2007 y después de algo más de un año desde que le diagnosticaran una leucemia, el hijo de Andrés se marchó. Se marchó su cuerpo, porque su padre quiso que viviese para siempre en su obra. Tenía 9 años y ya han pasado más de 10 de aquel día. 

De ese duro trago, y del aprendizaje de un padre al pasar por la pérdida más grande que se puede tener, nace un nuevo Andrés y en 2010 la Fundación Andrés Olivares que actualmente trabaja con 250 familias. 

 

Dicen los Maestros que cuando estás en tu camino todo es fácil y lo que necesitas se te es dado. Además de las actividades que se desarrollan en el Hospital Materno Infantil, en mayo de 2013 la Fundación abrió las puertas de su sede donde prestan diferentes servicios de apoyo a los niños y sus familias. 

Hace dos párrafos he escrito que con la enfermedad de su hijo nace un nuevo Andrés. Y así es. Muchas veces hace falta que la vida nos golpeé con fuerzas para que nos paremos y miremos en nuestro interior. Frente al golpe podemos hundirnos o transformarnos interiorizando el aprendizaje que nos ha traído eso que hemos vivido y poniéndolo en práctica. Y eso es lo que hizo Andrés. 

Su familia tiene un negocio familiar en la plaza de las Flores en Málaga. Allí quedamos. Hemos coincidido muchas veces, hemos hablado por teléfono, pero nunca habíamos tenido una verdadera conversación. Le sigo en Facebook y me encanta leerle, leer lo que escribe donde plasma perfectamente su visión de la vida y de la muerte. No sé exactamente en qué post fue, pero hablaba sobre que no tratásemos más a la enfermedad en términos de lucha o batalla. Y me acordé entonces de Marta O’Connor cuando nos decía en su entrevista que al cáncer hay que acompañarlo. Y ahí, en ese mismo momento, añadí a mi lista de cosas por hacer : “Entrevistar a Andrés Olivares ya”. Este es el resultado. 

¿Cómo era tu vida antes de que le pasara esto a tu hijo?

Mi vida era una vida bonita, una vida como puede tener cualquier persona con veintitantos años; felizmente casado, con una hija ya en el mundo, con un trabajo en una empresa familiar en la que metí todo mi empuje y energía… Pero se me olvidó algo que yo tenía muy en mi interior desde pequeñito, que era ayudar a los demás. Y en un momento determinado, pues apareció un tío fantástico, que es mi hijo, y a los siete años se puso malito, tuvo leucemia, y durante su proceso me enseñó tanto que hoy mi vida la dedico a entregársela a los demás. Esa es mi prioridad.

¿Cómo viviste todo el proceso de la enfermedad? Porque supongo que, evidentemente, no tenías esa evolución ni ese grado de crecimiento interior que tienes ahora, ni esa experiencia. Supongo que al principio se tiene que sentir una rabia tremenda contra el mundo, te tienes que preguntar ¿por qué a mí?.

Sí. Y además de hecho yo vivo eso casi a diario en el hospital. Cuando te dicen: «Tu hijo tiene cáncer». Uf… Te vienes abajo, lógicamente, la vida te da un golpe tremendo. Se apoderan de ti la negación, la rabia, la ira, el enfado, el cabreo, la crisis religiosa…

Lo que ocurre es que estás en un momento de tu vida en el que tienes a mucha gente a tu alrededor, todos los amigos y la familia se vuelcan. Al mes y pico o dos meses, tu realidad es que estás a las 2 de la mañana en un pasillo de un hospital, frente a la puerta de tu hijo con cáncer pidiendo, suplicando, rogando de rodillas, que por favor no se muera. Te hablo de aquel entonces porque ya hoy en día, la muerte no la entiendo como tal. La muerte no existe. Pero los dos primeros meses son muy difíciles. Te sientes totalmente desubicado en un espacio donde no controlas.

«La muerte no existe»

Además, yo venía de un mundo empresarial, donde todo lo controlaba, todo lo gestionaba, todo lo movía yo. Y de buenas a primeras, la vida te dice: «Olvídate, aquí no vas a controlar nada. Aquí, todo lo que has aprendido y has vivido no te va a servir absolutamente para nada, simplemente para recordar realmente quién eres y a qué vienes«.

Llevo diez años viendo cánceres infantiles y no he visto un cáncer tan agresivo como el que tuvo mi hijo. Hay un momento en el que hay una normalización de la enfermedad, hay muchísimos altibajos porque la mayoría de las veces eran noticias bastante difíciles de aceptar y de asimilar, pero también empiezan a tener su espacio las risas y la alegría.

«Se me olvidó algo que yo tenía muy en mi interior desde pequeñito, que era ayudar a los demás»

 

Andrés he oído alguna vez a algún padre o a alguna madre culparse en esas circunstancias, sentirse culpable, preguntarse «¿qué he hecho mal?”…

La mayoría de los padres se sienten culpables, primero porque es una enfermedad que tarda mucho en dar la cara. De hecho, mi hijo estuvo cinco días con 39 de fiebre en casa, y no había manera de bajarle la fiebre: Dalsy, Apiretal, visitas al centro de salud… Entonces te queda la duda de ¿y si hubiera ido al materno desde el primer día?, ¿y si me hubiera dado cuenta de esto?…

A los padres se les genera un sentimiento de culpabilidad muy importante. La culpa no es real, la culpa es una invención de tu mente porque a algo hay que engancharse en este mundo puramente material y superficial. Los dos sentimientos que realmente rigen la vida de un ser humano son el temor y el amor. Ocurre que nacemos con ese famoso temor a Dios y a los que hemos estudiado en colegios católicos constantemente nos están incitando a tener ese miedo; si no comes, no te doy, si no estudias, no sales…

«Los dos sentimientos que realmente rigen la vida de un ser humano son el temor y el amor»

La verdad que es una pena porque podemos invitar a nuestros niños a que salgan, a que estudien, a que coman lo que les toca comer desde el amor ,y normalmente lo hacemos desde el temor y desde la imposición. Y vamos creciendo y al final somos espejos de lo que hemos vivido, repetimos patrones de nuestros padres, y cuando nos llega una enfermedad como esta, pues nos sentimos culpables de todo lo que no hemos hecho en un momento determinado. Que tampoco es responsabilidad nuestra, no se nace sabiendo ser padre. Cada uno educa a sus hijos de la mejor manera posible, en función de los patrones que ha vivido en su infancia y sobre todo, queriendo quererlos. Pero hay tanta diferencia entre querer y amar… Siempre pongo el ejemplo del Principito: Cuando ves una flor, si la quieres te agachas, la cortas y te la llevas, y si la amas te acercas, la hueles y vas todos los días a regarla. Amar es tan diferente al querer.

Cuando mi hijo enfermó me enseñó a amar de manera incondicional. El ser humano todo lo condiciona, ya no solamente en el ámbito de las relaciones personales con la familia, con la pareja, a nivel afectivo, sino en el trabajo, en el ámbito social. Absolutamente todo, está condicionado. Casi nadie hace nada de manera incondicional.

¿Tu hijo fue un maestro para ti?

Mi hijo es un maestro, no digas «fue».

En el momento en el que está tu hijo atravesando la enfermedad, ¿te apoyaste en algún profesional o terapeuta?

No, yo lo tuve a él. Eckhart Tolle tiene un libro que me encanta que se llama: «El silencio habla». Mi hijo y yo hablábamos mucho en silencio. Y no necesité a nadie, de hecho a partir del tercer mes dejé de sufrir, de estar enfadado con el mundo y me convertí quizá en un bufón de la corte en el hospital. Iba de habitación en habitación, haciendo reír a los niños, estaba siempre de broma, de guasa, sentía que la enseñanza de mi hijo iba mucho más allá de la propia enfermedad.

«Cuando mi hijo enfermó me enseñó a amar de manera incondicional»

¿Hay un punto de inflexión? ¿Hay un momento en el que  recuerdes que esa rabia se transforma en aceptación?

Hay un momento en el que él me llama un día a su habitación, tuvo muy pocas altas hospitalarias, pero en una de ellas me llamó a su habitación, me encerró y me dijo «Papá, esta noche ha venido Jesucristo a verme y además venía con la Virgen María». Jesucristo es un gran amigo suyo y hoy en día un gran amigo mío. Él estudió en Las Esclavas, pertenecía a un grupo que se llama «Los amigos de Jesús» y con Jesús hemos tenido y tenemos muchísima, muchísima relación. Y aquel día cuando él me habló de Jesucristo, algo pasó en mi interior, no te sé decir el qué, pero algo cambió. Me contó lo que Él le había dicho. Nos abrazamos y lo disfrutamos.

A partir de ahí se siguieron sucediendo momentos más espirituales, si lo queremos llamar de esa manera, en los que crecí una barbaridad. Para mí, la vida empezó a ser de otra forma.

 

En aquel momento, ¿desaparece el mundo y sólo existen tu hijo y el hospital?

No, el mundo nunca desapareció. Yo tengo otras dos hijas y en aquel entonces tenía una mujer, tenía mi familia. Sí es cierto que la empresa la dejé, porque a los seis meses nos marchamos a Madrid a seguir el tratamiento, donde de hecho falleció.

El mundo continúa y yo quiero seguir perteneciendo a este mundo. Me fui a lo que yo llamo a mi mundo, al Cielo de mi hijo, que es un mundo puramente espiritual, donde tenía que estar para llegar a aprender todo lo que he aprendido. Pero el mundo es este, en el que vivo, no me podía olvidar de este mundo.

Y gracias a Dios que no me he olvidado, porque ahora en este mundo puedo hacer todo lo que él me enseñó, y puedo transmitir todo lo que él me regaló.

Andrés, en estos casos las parejas o se unen mucho o se resienten y se separan, porque cada uno tiene una evolución distinta…

De hecho, el día que ingresamos a mi hijo una de las primeras cosas que nos advirtieron es que cuidáramos mucho el matrimonio. Y cuando él se marchó, cada uno había evolucionado de una manera diferente y cada uno tiró por un lado. Su madre, desde mi máximo respeto, entendió la marcha de su hijo de una manera, y yo la entendí de otra. Yo jamás lloré por él. A los dos días estaba en el Hospital Materno Infantil con mis niños, siempre hablaba de mi hijo con una sonrisa inmensa y bueno, ella no entendía que yo viviese el duelo así.

¿Viviste el duelo mientras estaba vivo?

Pues mira yo no sé lo que viví con él porque no era de este mundo, entonces aquí lo llamaréis duelo. Ya te he dicho que nunca lloré, solamente cuando me dieron la noticia, y en el último suspiro cuando estás en la cama del hospital abrazado a él y suspira por última vez, pero después no he vuelto a llorar.

«Después no he vuelto a llorar»

¿Qué es lo último que recuerdas de vuestras conversaciones?

Yo tenía la costumbre de poner mi cabeza en su barriguita y él de acariciarme el pelo. Él estuvo ocho días inconsciente y al cuarto día de esos ocho, no sabemos ni cómo porque estaba sedado, pues yo estaba en esa postura y él me acarició el pelo.

¿Cómo vivieron tus hijas la enfermedad de su hermano? Porque supongo que eso también os preocupa a los padres en esa situación…

Yo vivo todos los días situaciones muy complicadas de los hermanos de estos niños. La mayor tenía en aquel entonces 12 años más o menos, y ya le podías hablar de otra manera. Le trastocó mucho su vida porque además, sin quererlo, también los abandonas, te centras tanto en el hijo enfermo… No es que se te olvides de los otros hijos que tienes, pero necesitas prácticamente dedicación exclusiva.

Ella se hizo muy mayor porque se tuvo que hacer la madre de la casa en un cuarto de hora. La peque tenía cinco años. Era una pipiola, al principio la dejábamos en casa de algún amigo, después en casa de familiares, al final terminamos llevándola a Madrid con nosotros.

Cuando voy a dar charlas a colegios, que recuerdo que estuve en Teresianas con niños muy pequeñitos de cinco y seis años, les narro un cuento precioso sobre que mi hijo estaba por allí jugando con Dios, y Dios lo llamó y en un momento determinado le dijo: «Mira, necesito que vayas a un lugar llamado Tierra, donde hay una ciudad preciosa llamada Málaga. Ahí hay un tipo que se llama Andrés, quiero que seas su hijo, porque está un poco perdido y no está haciendo lo que tiene que hacer. Y vas a entrar en su vida y le vas a susurrar al oído quién eres, y con siete años a través de la enfermedad le vas a enseñar tanto… No tengas miedo, que aunque aquí no existe el miedo, allí sí.  Yo siempre estaré contigo, te daré la mano, te acompañaré, pero su vida tiene que ser otra.”

 

Hablas de reencarnación…¿Tú crees que hacemos pactos entre almas entre una vida y otra?

Él venía a enseñarte esto. Estaba pactado. Todo lo pactamos…

Tú sí crees entonces que cada vez que tomamos una forma material es para que evolucione nuestra alma…

Sin lugar a dudas, y que nos queda mucho. Nos queda lo más grande. Dios nos hizo a imagen y semejanza suya, ¿verdad?… Ahora mismo que estamos aquí en la calle, ¿ves a alguien qué se parezca a Dios? No.

Nuestra misión de vida es el servicio a los demás. Los dos primeros mandamientos son «amarás a Dios sobre todas las cosas» y «amarás al prójimo como a ti mismo”. En el servicio a los demás es donde está el amor puro y verdadero. Entonces vamos yendo y viniendo y cada vez que venimos, Dios, la vida o el universo te brindan una oportunidad de seguir creciendo, y a veces somos tan idiotas, porque somos un poco primitivos en ese sentido, que la vida te tiene que poner situaciones como la que me puso a mí, para darte un bofetón y decirte: «Tío, éste no es tu camino”.

Yo siempre digo en mis conferencias que todos tenemos un Dios en nuestro interior que lo despierta el sufrimiento. Y por eso te digo que somos idiotas, porque tenemos que sufrir para aprender.

«Todos tenemos un Dios en nuestro interior que lo despierta el sufrimiento»

¿Has leído a Brian Weiss?

Sí.

Él explica la muerte en niños a través de la enfermedad como una elección de su alma para evolucionar más rápido. Dice de ellos que son almas muy valientes…¿Conocías a Brian Weiss antes de lo de tu hijo?

No, antes de lo de mi hijo no. Conocía a mucha gente antes de lo de mi hijo en el mundo espiritual pero a Weiss no lo conocía. Lo conocí en un curso de Terapias del Alma. Hacemos regresiones a vidas pasadas y lo conocí en ese curso. Me pareció algo súper interesante el poder ir a vidas pasadas y aquello de los Registros Akáshicos y ver dónde está tu alma y hacia dónde vas.

Vivir todo aquello, ¿te despertó a la verdadera espiritualidad?

La verdadera espiritualidad me la despertó mi hijo. Después han pasado por mi camino personas que me han hecho crecer cada día más. Por ejemplo, Abihaid, que es un buen amigo que apareció en mi vida con las Terapias de Alma, hace muy poco estuve con Jaume Campos, que me volvió a enseñar. Estoy conociendo a personas maravillosas.

¿Cuándo decides que vas a dedicar tu vida a ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo que pasaste tú?

Mientras él estaba enfermo. Mi hijo me pidió que ayudáramos a otros niños enfermos como él. Tenía 9 años y tampoco podía darme una explicación mucho más allá, pero tampoco hacía falta. Simplemente lo sentí así, porque él siempre vibró en generosidad y en agradecimiento, a él le gustaba que todo el mundo se llevase bien.

En Navidad del 2006, que estaba muy malito, le llevamos un catálogo de juguetes de cara a los Reyes Magos. Me dio las gracias dieciséis veces por un catálogo de juguetes, que hoy en día los niños tienen quinientos catálogos de juguetes en su casa cuando llegan a esa fecha. Y cuando terminó de verlo me dijo «Papá, llévaselo al vecino de la habitación de al lado, que a lo mejor él no lo ha podido ver”.

«Mi hijo me pidió que ayudáramos a otros niños enfermos como él»

Buscamos las enseñanzas en grandes historias o en grandes personajes que sin lugar a dudas, nos enseñan mucho como Jesucristo, Buda, Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís, etcétera. Tenemos miles de ejemplos. Y sin embargo tenemos Maestros al lado. Una madre que en el hospital se levantó de la camilla, después de un tratamiento, y me dio las gracias por haber vuelto a oír el canto de un pájaro y disfrutarlo, eso es una grandísima enseñanza.

 

¿Tu hijo era consciente de que se iba?

Sí, todos lo sabemos. Lo que pasa es que no somos consientes ni llegamos a esa profundidad de contacto con nuestra alma para saberlo, pero él tenía claro que venía a lo que venía.

Supongo que cuando a los dos días te plantas en el hospital materno infantil, hay quien te tacharía de loco…

Hoy me siguen tachando de loco. Pero a mí me da igual.

Uno va buscando herramientas para que en el hospital nos lo pasemos muy bien. Hice tres años de medicina tradicional china, quiromasájico, cuencos tibetanos, geometría sagrada y estuve en la Facultad de Psicología haciendo un máster en Hipnosis Clínica.

Un día me di cuenta que en los cumpleaños en el Materno faltaba música. Y empecé a aprender a tocar la guitarra simplemente para tocarle a los niños el cumpleaños feliz. Hoy en día tenemos una escuela de música en la Fundación y además hacemos musicoterapia en el hospital. Y otro día me dije que quería cantar. Y la vida me llevó a lo alto de un escenario a dar un pequeño concierto con más gente, delante de 300 personas y mi hija me decía: «Papá, es que no tienes sentido del ridículo». Y, ¿sabes qué? Que si tuviera ridículo no sería yo, el ridículo te impide ser quien verdaderamente eres. Entonces que la gente piense de mí que estoy loco. Aquí lo puedo decir, me da exactamente igual.

«El sentido del ridículo te impide ser quien verdaderamente eres»

Andrés, ¿en qué momento decides dar un paso más y crear la Fundación?

Casi dos años después de la marcha de mi hijo. Esto tiene una burocracia tremenda.

Mientras me hice voluntario de una organización, porque era la única manera que tenía de entrar al hospital y viajaba mucho a Madrid al hospital Niño Jesús a estar allí con otros niños que conocí durante la etapa de mi hijo, al final te creas una gran familia.

¿Y quién te apoya para fundarla? Porque una Fundación tiene sus patronos y una organización muy definida. 

En ese momento tengo a mis hermanas conmigo, a una íntima amiga de la familia, y lógicamente a toda mi familia que estaba de acuerdo. Al fin y al cabo yo ya estaba haciendo lo que él me pidió,, solamente que formalizamos de alguna forma ese trabajo y esa labor.

 

Andrés tienes la suerte de que trabajas en una empresa familiar, si no fuese así a lo mejor no te podías haber dedicado tanto a ello…

Sí, siempre le daré las gracias a mi familia, porque aquel año yo desaparecí a nivel empresarial y aún hoy si no los tuviera a ellos, no podría hacer lo que hago. Yo tengo un establecimiento abierto al público que requiere un horario determinado. Muchas veces podemos pensar que tener una Fundación es tener un kiosco. Una Fundación como la nuestra, con 250 familias, con 10 personas ya trabajando, con 60 voluntarios, donde prestamos atención absolutamente en todo: Psicología, nutrición, medicina tradicional china, fisioterapia, logopedia… necesita mucha entrega. Tenemos pisos para familias que vienen de fuera. O sea, esto tiene mucho trabajo, muchas horas y sobre todo, mucha dedicación para estar con las familias.

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Cuando les hablas a esas familias que están en el hospital con sus hijos de ese mensaje que tienes de amor, de esperanza ¿Te entienden? Porque ellos estarán en muchos casos en la fase de rabia.

Bueno, yo nada más al llegar no les puedo hablar de esto. Lo que sí es verdad es que se sienten es muy identificados con mi persona porque saben que yo he estado en el mismo lugar que ellos y eso les ayuda muchísimo.

Habitualmente cuando uno entra en una habitación de un niño enfermo de cáncer, por mucho que le quieras contar que estás para apoyarle, el papel que juega el tiempo, o esto o lo otro, los padres en su fuero interno, lo que dicen es: «¿Y tú que sabrás?, si tú no has pasado por esto». Yo eso lo tengo ganado, porque como he pasado por lo mismo, ellos se abren mucho más a nivel de conciencia y puedo entrar mucho más en su corazón, que es en definitiva donde queremos entrar.

Cuando veo a los padres en el tanatorio, cuando los niños se marchan, y ver la actitud y el aprendizaje que han tenido a lo largo de su etapa me refuerza en que lo estamos haciendo bien. Porque lógicamente el dolor existe, momentos puntuales de esa rabia, pero también se les nota en su manera de verbalizar una paz interior importante y eso es algo que a mí me enorgullecerse. Quizás sea lo que realmente tenemos que hacer por la familia, que es darle ese entendimiento del ‘para qué’ y no ‘el porqué’ su hijo ha enfermado. Porque si llegan a aprender el ‘para qué’ su hijo ha enfermado, sin lugar a dudas habrán tenido un crecimiento en conciencia para ser mejor persona, para seguir ayudando a los demás. De hecho muchos padres de niños que se han marchado se han hecho voluntarios nuestros.

¿Después continuas ayudándoles?

A partir de ese día le damos un abrazo inmenso y les decimos que seguiremos estando. Pero hasta que ellos decidan, hay que darle su tiempo, su espacio… Lógicamente el llegar a casa después, encontrarse la habitación de su hijo vacía, el armario lleno de su ropita, sus juguetes… O sea, ellos necesitan un duelo. Quizá desde otro punto de vista, por todo el camino que han andado con nosotros, pero el duelo lo tienen que pasar sí o sí. Pero llega un momento en que te llaman, o en que organizamos una actividad y aparecen, o damos una charla y les ves las caras, para nosotros eso es una felicidad inmensa, porque están preparados para seguir avanzando en ese camino.

Cuando uno aprende la lección y el miedo o el temor hace que te olvides de lo aprendido y lo destierras, si es así realmente no te ha servido para nada. Si te incorporas a ese día a día dentro de lo que ha sido tu proceso de aprendizaje, pues hace que haya sido productivo y que realmente lo hayas interiorizado.

En el libro “Un monstruo viene a verme” queda de manifiesto que tras el fallecimiento de un ser querido, que ha sufrido durante una enfermedad, el que queda se siente de manera contradictoria, por una parte dolor y por la otra el alivio de que ha dejado de sufrir, y que eso además te hace sentir mal… 

Sí, es que es una mezcla de sentimientos que no te quiero ni contar. Porque desde mi experiencia en la planta infantil hay cánceres muy agresivos dónde necesitan de cirugía, de radioterapia, dónde el paciente realmente lo pasa mal. Pero los niños siguen siendo niños, salvo en esos momentos. Lo que ocurre es que los padres tenemos el concepto tan inculcado de sufrimiento, que con que a un niño se le caiga una pestaña, pues ya le está doliendo. A un niño se le cae una pestaña, un niño se cae, se abre la boca, se abre la cabeza, porque son niños, y llega al hospital, se le cose la herida y sigue jugando al fútbol.

Sufrimos muchísimo más nosotros que ellos. Desde mi perspectiva, no tienen ese concepto del sufrimiento. Claro que cuando los ves sufrir, encima te llega la culpa, pero es que cuando te llega la culpa, tienes que llegar al perdón y perdonarte a ti mismo. Ese proceso es complicadísimo y ya no es perdonarte a ti mismo, tienes que perdonar a a tu pareja, a tus padres o a tus suegros porque a lo mejor no están viviendo la enfermedad de la misma manera.

Hay un popurrí de emociones, que estabilizar todo eso a nivel energético es muy complicado pero también es muy bonito.

«Cuando te llega la culpa, tienes que llegar al perdón y perdonarte a ti mismo»

Hace 10 años que se marchó tu hijo y sigues hablando de él en presente…

Sí, claro. Si la muerte no existe, ya te lo he dicho. Sí. Yo hablo con él todos los días y él conmigo; con él y con todos los que se van.

 

¿Qué te dice?

Que lo estamos haciendo muy bien. Está muy contento.

Cuando él se marchó empezó a venir en sueños a hablar con su madre, con sus hermanas, con amigos … Yo tenía una fotografía en la entrada de mi dormitorio y todas las noches, soy el último en acostarme en casa, entraba en la habitación, miraba la foto y le decía: «¿Cuándo vas a venir a hablar conmigo?”

Me encontré con una persona que me dijo: «Andrés, no le pidas más, no lo busques más, porque la esencia de tu hijo está dentro de ti». Y efectivamente está dentro de mí. Yo soy su marioneta, sus pies y sus manos aquí. De hecho yo no tengo estudios, yo fui un golfo en mi vida estudiantil. Y ahora doy unas parrafadas a la gente en mis terapias, que al principio yo mismo me sorprendía, y al final entiendes que no eres tú, que tú canalizas lo que él te va diciendo.

Hablamos de muchas maneras. Recuerdo un día que estaba especialmente cansado, llegué  al hospital y estaba hablando con Jesucristo y le dije: «Pero, ¿tú qué quieres de mí? Porque es que ya estoy cansado y encima todos los fines de semana tengo cursos…”, Y entré en la Sala Blanca del hospital, y había allí un libro de Jesucristo y lo abrí. La vida no para de ponerte señales, constantemente, todos son señales. Y en esa página que abrí, el texto que leí decía: “De ti quiero tus manos, tu corazón y que transmitas el mensaje”. Llevo años utilizando mis manos en el abrazo, utilizando mis manos en la calma, en el amor. El corazón que tengo es el de mi hijo, y el de mi hijo es el mío y si me ha dado esta posibilidad o este don de la comunicación, de hacer llegar al corazón, lo voy a aprovechar. Y eso es lo que hago, amar, amar y amar, que es lo más bonito del mundo.

«La vida no para de ponerte señales, constantemente, todos son señales»

¿Cuánto dinero se necesita para que la Fundación funcione al mes?

Yo el dinero no lo miro. El dinero es material.

Bueno, pero es necesario para mantener la Fundación…

Sí, y cada día más. Pero cada vez que la Fundación ha necesitado dinero para proyectos, por ejemplo para la Sala Blanca que costó 75mil euros, no tenía un duro y acababa de empezar, el dinero llegó. Y aquello se presupuestó en 75 mil euros, y al final no tuve que buscar nada.

O sea, ¿cuándo estás en tu misión de vida todo te es dado?

Todo, sin lugar a dudas. La vida es perfecta. Dios es maravilloso.

En este camino, ¿te has dejado mucha gente por el camino?¿Hay personas que te han defraudado?

Yo no enjuicio a la gente, para nada. Ha habido personas que quieren estar a mi lado y personas que no, pero no las enjuicio, cada uno tiene que estar donde tiene que estar. El quiera estar a mi lado lo abrazaré, y el que no quiera, pues también lo abrazaré. Y ya está.

La vida es maravillosa, es preciosa, es un regalo constante. Hay que estar el día entero dándole gracias a Dios por darte la oportunidad de ser quien eres y de abrazar a todo aquél que te encuentres en el camino.

«La vida es perfecta. Dios es maravilloso»

¿Para cuándo el libro?

Ahora estoy en un proceso de cambio, estoy escribiendo un libro, quiero empezar a dar conferencias, quiero pasar más tiempo en la Fundación como terapeuta… El libro saldrá cuando sea su momento.

Algún día llenaremos teatros y a la gente le vibrará el corazón y saldrá con ganas de llorar y de tener un mundo mejor. Me quiero comer el mundo en ese sentido.

Amén. Así sea. Estamos faltos de locos que trabajen por los demás y sobrados de cuerdos estáticos y tibios. 

Me acompaña hasta mi coche paseando. En el sol hace calor y a la sombra frío. Mientras vamos charlando, y en resumen me dice: “Da las gracias por todo en todo momento. Todo es como tiene que ser.” Me subo en el coche y me pongo a dar las gracias por todo, por mi familia, por mis hijos, mis errores, por el aire que respiro, y por tener la oportunidad de entrevistar a personas como él. Gracias Andrés por tu abrazo. 

Redacción: Ana Porras  Fotografía: Lorenzo Carnero

Andrés Olivares

Fundación Andrés Olivares

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Transcripción de audio a texto realizada por Atexto.com

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