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3 lecciones que nos regalan los tiempos de crisis, por el psicólogo Juan Navarrete

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3 lecciones que nos regalan los tiempos de crisis, por el psicólogo Juan Navarrete

Hace algo más de una semana, mi padre ─acaba de cumplir los 83─ despertó con fiebre.

Mi madre empezó a olerse que algo pasaba cuando le notó un par de despistes en la rutina que él suele seguir por las mañanas. Después de casi sesenta años juntos, se podría decir que mi madre es una experta en todo lo que tiene que ver con mi padre; sería capaz de advertir hasta el cambio más sutil en su manera de mirar, de moverse o respirar.

Aunque él se resistió insistiendo en que se sentía bien y que no tenía nada, ella consiguió ponerle el termómetro debajo del brazo: treinta y ocho y medio.

─ ¿Será el coronavirus ese, Juan? ─ me preguntaba, angustiada, al otro extremo de la línea telefónica.

Después de pasar cuatro días en aislamiento (desde que se conocieron, mi madre nunca había estado tanto tiempo separada de él), mi padre dio negativo en dos cultivos que le practicaron.

 

Mi hermano, mis tres hermanas y yo hemos sentido mucha tristeza, y muchas ganas de estar los unos con los otros, pero hemos aceptado autoaislarnos del hospital y de la casa donde crecimos para proteger a las dos personas más importantes de nuestras vidas.

Los dos seres más fuertes que alguna vez hayamos conocido, nuestros héroes de la infancia, ahora son frágiles. Necesito ir a darles un abrazo, pero toca esperar a que pase todo esto.

No me hace falta vivir esta experiencia para apreciar el valor que tienen los instantes que pasamos juntos, aunque se vuelve inevitable reflexionar sobre cómo lo verdaderamente importante, la luz que vive en las cosas simples, se revela cuando el caos crece a nuestro alrededor.

«Depende exclusivamente de nosotros poner en marcha la voluntad de extraer las lecciones de los diamantes en bruto que son nuestras experiencias individuales».

La llama humilde y diminuta de una vela se vuelve más brillante cuanto mayor es la oscuridad que la envuelve.

Me gusta creer que todo sucede guiado por algún motivo. Puede que tenga o no la razón al mirar la vida de esa forma, pero hay algo verdadero: depende exclusivamente de nosotros poner en marcha la voluntad de extraer las lecciones de los diamantes en bruto que son nuestras experiencias individuales.

¿Y de las colectivas? ¿Qué dones vienen a devolvernos, a la raza humana, los momentos de crisis?

Todas las situaciones vienen con una cara y una cruz, con ventajas e inconvenientes. Nuestros cerebros, equipados para la supervivencia, están diseñados para atender de manera automática a lo incómodo, a lo frustrante, a lo amenazante ─obviando, en la mayoría de las ocasiones, los aspectos positivos y oportunidades que se ocultan entre los pliegues de nuestros desafíos─.

Frente a esta limitación de nuestro cerebro, las investigaciones llevadas a cabo por numerosos equipos de psicólogos nos animan a ampliar nuestra conciencia, a sacar un pie del modo supervivencia para desplazar la atención hacia otros aspectos, más optimistas, que también forman parte de nuestras experiencias.

 

No se trata de negar lo que nos disgusta, sino de aceptarlo e integrarlo en un punto de vista más holístico que incluya también las lecciones que podemos extraer de las circunstancias que vivimos para atenuar su impacto.

A continuación, te propongo tres maneras diferentes de observar la situación hacia la que nos hemos visto empujados como especie que camina sobre dos pies.

1.- Enraizamiento: regresar a la realidad

No vivimos donde se encuentre nuestro cuerpo, sino donde esté nuestra conciencia.

Mientras estudiaba psicología, trabajaba para una empresa de venta de telefonía móvil. Antes de que estuvieran en tus manos, los primeros smartphones y tablets, pasaron por las mías. Los que trabajábamos para las empresas de comunicación, no solo pudimos ser testigos del auge de la conectividad, sino también del inicio de la desconexión con los demás y con nosotros mismos.

En unos años, hemos visto evolucionar un escenario en el que, miremos hacia donde miremos ─las terrazas, los transportes públicos, las reuniones familiares, las pandillas de amigos…─, solo vemos cabezas inclinadas sobre una pantalla. ¿Adónde se ha ido el contacto?

Aunque la tecnología nos ayude a superar el aislamiento que nos impone esta crisis sanitaria, dentro de unos días no será suficiente. Pronto estaremos deseando que termine para volver a darnos un abrazo, un beso y mirarnos a los ojos mientras hablamos.

El otro no es una imagen en una pantalla, es alguien que siente igual que tú.

Aprovecha para reflexionar sobre dónde estaba tu conciencia y no permitas que vuelva a caer atrapada en la telaraña virtualcuando todo acabe.

 

2.- Creatividad: buscar nuevas posibilidades

Ser hijo en una familia numerosa en una época en la que solo entraba un sueldo en casa, implicaba acostumbrarse a renunciar a muchas cosas. O no.

Mis padres siempre buscaban la manera de reducir costes. Los escaparates que hoy son motivo de frustración para quienes tienen ingresos reducidos, para nosotros eran fuente de ideas.

Uno de los veranos más felices de mi vida fue el que mi hermano pequeño le pidió a mi padre una caña de pescar. Había que multiplicar el precio por tres (de los cinco, mis dos hermanas mayores eran adolescentes y estaban interesadas en pescar otras cosas).

Mi padre consiguió que la cuenta diese como resultado cero: salimos al campo, cortamos nuestras cañas de un cañaveral y las equipamos con nuestros propios aparejos.

El consumo nos convierte en sujetos pasivos. Esta crisis vuelve a ser una oportunidad para reencontrar nuevas posibilidades. Debemos estar preparados para lo desconocido.

3.- Compasión: todos somos iguales

Hace unos años, en un retiro, tuve la oportunidad de preguntarle a un monje zen el motivo por el que llevaban la cabeza afeitada.

─Cuando entramos a la orden ─me explicó─ renunciar a nuestro pelo, y a nuestra ropa a cambio de un hábito, borra las diferencias entre nosotros. El ego empieza a ser aniquilado en ese momento.

El covid-19 –lo escribo en minúsculas a propósito– ha eliminado las fronteras entre los seres humanos. Todos somos iguales ante el virus.

Lástima sería que cuando todo pase, los poderes políticos, religiosos y económicos, volviesen a levantar nuevamente esos muros imaginarios. No lo permitas. Abre tu corazón y no dejes que vuelva a cerrarse.

Extiende tu mano hacia los demás, que no necesitemos otra crisis, igual o peor, para comprender que todo lo que tenemos que saber es que vivimos para aprender a vernos los unos en los otros.

Aprender de nuestros errores, apreciar el valor de lo humilde, ir más allá de lo aparente, desarrollar el coraje de ser nosotros mismos…

Todas estas lecciones, y muchas más además de las tres que expongo en estos párrafos, están ahora mismo queriendo interiorizarse en nuestras conciencias. Como te decía al comienzo, depende de cada uno movilizar la voluntad de extraerlas de la experiencia que estamos atravesando.

No dejes escapar esta oportunidad.

 

Una buena noticia

Mientras acababa de escribir este artículo, mi hermana me ha llamado para decirme que mi padre ya está en casa. Le acaban de dar el alta hospitalaria. Todo ha sido un susto.

Quiero ir a darle un abrazo, pero hay que esperar. No es momento de pensar en uno mismo, sino de preocuparse por los demás.

Podemos salvar vidas quedándonos en casa.

yo  Juan Navarrete

Psicólogo y Coach  JuanNavarrete.com y Escuela de Luz

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