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Alexandra Licintuña

Alexandra Licintuña

En diciembre publicamos un reportaje sobre la cámara hiperbárica y sus beneficios para la salud. Alexandra es propietaria y directora del Centro Hiperbárico de Estepona. Mientras Lorenzo, el fotógrafo, hacía las fotos estuve hablando con ella de cómo había llegado a Estepona, de por qué había abierto el centro, sobre cómo le iba. Todas esas cosas que se preguntan en un momento en el que estás haciendo tiempo y en el que además te mueve la curiosidad. No sé si es parte de la deformación profesional o de mi devoción por las entrevistas. Lo que me contó, a grandes rasgos, en aquel momento me dejó con muchas preguntas más atrapadas en algún lugar. 

– Alexandra, a ti te importaría contármelo con la grabadora y que publicase tu entrevista. 

A ciertas edades todos tenemos historias con dificultades y obstáculos detrás. Vivencias que según las hayamos experimentado, problemas que según los hayamos afrontado, pueden servir de guía a otras personas que estén pasando por lo mismo. Ya sea para que nos tomen de ejemplo o para que hagan directamente lo contrario a lo que nosotros hicimos, que también se da el caso. La entrevista de Alexandra es de las que da sentido a este espacio y un verdadero ejemplo de resilencia. Si puede ayudar a una sola persona que esté pasando por una situación similar…

A veces la entrevistada no me deja entrar en su vida personal. Se cierra en banda y no quiere hablar de ese tema. En esos casos siento que la entrevista pierde alma. Al menos cuando hablamos de un espacio como este, en Primera Persona. Creo que lo personal y lo profesional sólo se pueden disociar hasta cierto punto. Me gusta más ver cómo confluyen y mostrar el resultado aunque sea en unos pocos párrafos. 

Me despedí de Alexandra aquel día pero quedamos en vernos y en hacer esa entrevista tomando un café. Aprovechamos que está el fotógrafo y dejamos hechas las fotos. Así podríamos quedar en cualquier momento. 

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Cualquier momento se transforma en una mañana de Navidades. Ella sale de una formación y quedamos en Palmyra, junto al hotel Sultán en Marbella. 

– Alexandra  hasta dónde tú quieras. Por lo que me contaste ha debido ser duro. Que yo a veces pregunto demasiado. 

Alexandra se pasa media entrevista con lágrimas en los ojos. Pero no para. Sigue. Y lo que iba a ser media hora se convierte en hora y media de charla. 

Os presento a Alexandra. 

Ecuatoriana de nacimiento llegó a España para buscar un futuro distinto, mejor. En 1998, con 28 años, hizo las maletas, se despidió de su trabajo llevando la contabilidad y administración de una cadena de restaurantes, se despidió de su padre, de sus amigos, y se despidió de su hijo, de tan sólo 4 años. Su objetivo era ahorrar algo de dinero trabajando en España durante un par de años y volverse a su país. Pero una propone y la vida dispone. Aquellos dos años se han convertido en 18.



Alejandra sabe lo que es caminar por Madrid sin papeles. Sabe lo que es encontrar el amor sereno y sosegado sin esperarlo, cuando pensaba ya que el sabor del amor era más amargo que dulce. Alejandra sabe lo que es que la vida de ese amor se te escurra entre las manos. Y sabe lo que es amar en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, incluso plantarle cara a la muerte para que no los separe. Así lo hizo un 1 de julio de hace 4 años cuando su marido sufrió un infarto agudo de miocardio.

¿Qué te encuentras cuando llegas a España en el 98? 

Vine con tres amigas, pero una se fue a Italia y dos nos quedamos aquí, sobre todo por el idioma y porque la cultura era más similar a mi país. Me vine a casa de una amiga hasta ubicarme. Traía dinero para unos seis meses. Era el tiempo que tenía para encontrar un trabajo y situarme. Pero me había dejado a mi niño en Ecuador, así que la idea era quedarme un par de años, ahorrar dinero y volverme. El año se ha convertido en casi 18 años que llevo ya aquí.

Llegas en un momento en que la economía española estaba despegando y en el que llegaron muchos inmigrantes. ¿Te fue difícil encontrar trabajo y legalizar tu situación en España?

Al principio sí, porque te piden que tengas documentación, y para tener la documentación tienes que tener un contrato de trabajo, pero el contrato de trabajo no te lo dan si no tienes documentación, entonces era como un bucle. Pero bueno, tengo un ángel de la guarda que siempre me ha cuidado y que ha estado conmigo, y conocí a una persona muy buena que me dio  trabajo en su empresa. Yo había estudiado Contabilidad y Administración de Empresas, por lo que empecé a trabajar de lo que había estudiado en su empresa.

Y a partir de ahí sí pudiste arreglar los papeles..

Claro, además fue en la época en la que Aznar hizo un decreto por el que  la gente que había llegado hasta junio de 1999, creo, podía acceder incluso sin documentación; pero si tenías contrato era mucho más fácil. Gracias a ello pude tener mi contrato de trabajo, porque hasta entonces iba haciendo lo que podía pero sin la documentación era muy difícil.

¿Se vive con miedo, cuando uno no tiene la documentación en regla en un país?

Yo creo que más que miedo es inseguridad de que te coja la policía y te devuelva a tu país. Pero bueno, también creo que eso te ayuda a que te pongas en movimiento y busques alternativas e intentes que todo se solucione antes. Yo siempre he sido de las personas que no me he quedado tranquila, siempre he buscado cómo mejorar, cómo salir de una situación difícil y eso me ha ayudado.

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¿Con quién se quedó tu niño en Ecuador?

Mi madre murió cuando yo tenía dos años, así que se quedó con mi abuela, mi padre y su padre.

¿Qué te dijeron ellos cuando les dijiste que te venías a España y que lo dejabas allí?

No querían, aunque mi padre me apoyó. Lo ha hecho siempre. Yo ya estaba separada. Mi padre siempre me ha dicho que «la independencia da libertad”. Eso lo grabó en mi cabeza desde que era una niña aunque me críe en medio de mi padre y mis dos hermanos y yo era la única mujer. Ecuador es un país machista y aquella era una época machista. Pero mi padre siempre pensó y me educó para que fuese independiente a nivel económico, a nivel de estudios, a nivel de todo, en general, a ser independiente. Por supuesto fue él el que me dio el dinero para el viaje. Siempre recordaré que me dijo «Vete. Tú tienes esa capacidad y sé que lo vas a conseguir”.

Supongo que ni te acordarás de tu madre…

No, nada. La única figura materna que tuve fue mi abuela, que siempre estuvo conmigo y una tía, la hermana de mi padre. Esa ausencia de mi madre quizás ha hecho que me vuelque más con mi hijo, que no le faltase ese cariño. Por eso me dolía tanto estar aquí sin él. A los 9 meses de estar aquí, que ya tenía la documentación y trabajo, fui a por él y me lo traje.



Y cuando tomas la decisión de que no te vuelves sino que tu hijo se viene contigo, ¿cómo se lo toman su padre y tu padre?

Mi padre muy bien, porque era lo que él quería, que estuviera con mi hijo, y que empezara una nueva vida con más posibilidades. Para mí venir a España fue un renacer porque he tenido la oportunidad de hacer cosas que no he hecho en mi país, cosas que me han gustado. Y a nivel personal he crecido mucho. Sigo creciendo. Me gusta seguir aprendiendo. Soy una persona muy inquieta.

¿Y su padre no te puso ni una pega?

Al principio muchas, pero llegamos a un acuerdo de que yo cada cierto tiempo llevaría al niño. Tengo que decir que aun con la distancia que hay, ha sido un padre estupendo, una persona maravillosa, porque siempre ha velado por los intereses y por el bienestar del niño. Y aunque nos separamos siempre hemos intentado que eso no le afectara. Mi hijo y su padre han tenido siempre mucho contacto, y más desde que empezó Skype.

Alejandra, cuando te traes al niño ¿cómo es tu vida en España?

Tenía mi trabajo y alquilé un apartamento cerca del colegio en el que quería que estudiara y cerca de mi trabajo. Lo tenía todo muy planificado. 

Aunque estaba sola con el niño, me organizaba bien. Los horarios de los colegios en comparación con mi país te permiten trabajar. Allí empiezan a las 7 de la mañana, pero a la 1:30 los niños salen. Si se quedan al comedor, se quedan hasta las 2:30 o 3, y a partir de las 3 te buscas la vida. Aquí con el comedor y las extra escolares salía a las 5. A mí eso me ayudó y también que mi jefe era una persona muy buena que aceptaba que yo hiciese horario continuo. Tenía todo muy estudiado para que cuando él viniese pudiese disfrutarlo.

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Te voy a contar una cosa que le he contado a muy poca gente. Los nueves meses del año que estuve sola, todas las noches, todas las noches le pedía a Dios -yo soy muy religiosa- estar un momento con mi hijo. Y fíjate como es el cerebro que todas las noches soñaba que viajaba en un avión, estaba con mi hijo en el aeropuerto de Quito, me quedaba sábado y domingo con él y volvía a coger otro avión de vuelta a España. Cuando me despedía de él en el sueño, lloraba. Tuve ese sueño hasta que mi hijo se vino a España, pero es que había mañanas que me despertaba con la almohada mojada de haber llorado mientras dormía. Es tan poderoso el pensamiento y yo tenía tantas ganas de estar con él…

Él tiene veintidós años y estamos muy unidos. A veces me tiene que recordar que ya es mayor porque siempre lo estoy llamando o escribiéndole por WhatsApp.

Alejandra ¿en qué momento conoces a tu marido?

Trabajaba en una constructora pero las cosas empezaron a ir mal y empecé a trabajar en una tienda de música que era de unos amigos. A mi marido lo conocí allí. A veces pienso que fue el destino, que tenía que estar ahí para conocer a la persona que ahora comparte mi vida, al amor de mi vida. Era proveedor de guitarras españolas. Vendíamos guitarras de muchas marcas, pero en concreto la de él era como la principal. Al tiempo me   contó que la empresa era de su familia, hasta entonces siempre creí que era un vendedor más.

¿Y cómo es reencontrarte con el amor? Porque supongo que con el trabajo y el niño tampoco te quedaría mucho tiempo para salir y conocer gente. 

Además, no quería nada. Yo venía de una separación que aunque amistosa, no deja de ser una separación dolorosa. Porque también es el padre de tu hijo, es tu primer amor, es tu amor de juventud. Ese tipo de amor que cuando se acaba te crees que a lo mejor no puedes volver a enamorarte nunca más. Pero bueno, al final yo creo que si cierras esa puerta y dejas espacio en tu corazón, te vuelves a enamorar. 

Al principio se lo puse un poco difícil porque le decía: «Mira yo tengo un niño y  no quiero tener nada serio porque quiero dedicarme tiempo al niño. No voy a tener tiempo para ti.” Él me dijo que me lo tomase con tranquilidad, a mi ritmo, y que cuando yo pudiera quedábamos. Se portó siempre como un caballero, de los que ya quedan pocos. Y además de un caballero es una persona entrañable, una persona cariñosa, una persona que ama, adora a mi hijo, y no es su padre.

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Alejandra, cuando una ya tiene un hijo, ya ha vivido el desengaño de que te casas pensando que es para toda la vida, que es el gran amor de tu vida y te das cuenta que no, una siente un poco la sensación de fracaso, de no haber sido capaz de que eso funcionase, se enamora una de otra forma, ¿verdad? 

Sí. O por lo menos yo lo viví así, sobre todo por mi hijo. Valoras otras cosas de la otra persona diferente a cuando estás sola. Tiene que ser una persona que se adapte a la situación que tienes. Entre el trabajo y el niño me quedaba poco tiempo para salir con nadie y al niño tampoco le quería presentar al primer novio que tuviese. No sé, pero yo con eso tenía mucho cuidado. No quería marear a mi hijo. Ya venía de vivir con su padre un tiempo, estaba en un país nuevo, habíamos estado un tiempo separados, no necesitaba más novedades. Y aunque se lo puse difícil él fue muy paciente. Y al final me terminó enamorando a través de mi hijo. 

¿Cómo? ¿Qué quieres decir con eso?

Él no ha tenido hijos, aunque yo soy su tercera mujer. Mi niño tendría unos cinco años cuando lo conocí. Tenía esa edad en la que te preguntan todo, el porqué de todas las cosas. A él le recordaba a su hermana pequeña a la que quiere mucho. Es como si fuera su hija, porque se llevan dieciocho años. Creo que eso ayudó a que empezara a querer al niño, a que quisiera estar más tiempo con él. El niño también lo pedía. Como al principio sólo nos veíamos los fines de semana se pasaba todo el día preguntando si íbamos a ver a Jorge. Así que hacíamos muchos planes con él.

Tienes razón en que cuando ya se tienen hijos cualquiera no vale como pareja, se buscan otras cosas. Al menos creo que pensamos así las dos.

Claro. Yo ya no quería un amor irracional. Cuando la emoción es tan fuerte no deja que la razón piense con claridad. Creo que es mucho más sano cuando todo está equilibrado, la razón y la emoción, y eso fue lo que me pasó con Jorge.  Era un amor más puro, más bonito, más tierno.

Alexandra, ¿y cómo es la vida con Jorge en el momento en el que decidís dar el paso de casaos y vivir juntos?

A él le gustaba mucho hacer planes en la naturaleza, al aire libre, y a mí me encantaba que mi hijo se criará así. No encerrado en casa. En Ecuador, en mi infancia, se vivía mucho en la calle, en jardines, en la naturaleza. Aquí se tiene más cuidado con los niños, bueno, también es que Madrid es una ciudad más grande. Yo quería que siguiera esa educación. De hecho mi hijo se ha educado como me ha educado a mí mi padre, como me ha educado mi familia; con unos principios, unos valores, con respeto. Yo creo que es lo fundamental.

Casarme con Jorge me aportó tranquilidad. Sabes que tienes una persona que te respalda y te apoya. Ya no estás tú sola tirando de todo. De todas formas estuvimos como novios siete u ocho años, y luego nos casamos. Tampoco hacía falta formalizar los papeles pero Jorge quiso hacerlo por el niño. Le hacía mucha ilusión. El 15 de diciembre fue nuestro décimo aniversario.



Supongo que tu padre lo conoce…

Mi padre tiene ochenta y siete años, está un poco mayor. Pero sí, hemos ido nosotros siempre a Ecuador, porque a mi marido le encanta. Al menos cada año hemos ido entre un mes y quince días.

Cuando nos conocimos, lo que realmente nos hizo que habláramos era porque él conocía Ecuador. Él ha buceado por muchos países, y uno de los destinos que más le gusta es las Islas Galápagos. Pero también ha estado en Quito, en Guayaquil, en Baños, y en otras muchas ciudades. Entonces teníamos ese tema de conversación para romper el hielo.

He tenido la oportunidad de tratar a Jorge en dos ocasiones. Jorge es una persona muy educada y agradable en el trato. Habla despacito, pensando en lo que va a decir. Una persona de mirada amable que te agradece un rato de conversación porque según dice a él le sirve para ejercitarse.

Alejandra, ¿qué le pasó a Jorge?

Él trabajaba en su empresa familiar y yo había empezado a trabajar en otra de sus empresas que se dedicaba al alquiler vacacional en Madrid. Él no encontraba a la persona idónea que la llevase y me lo pidió a mí. Me había visto trabajar y sabía que podía hacerlo. Pero yo le pedí tener un sueldo, por lo que te he contado antes de mi independencia. Él decía que no hacía falta, pero yo quería tener mi propio dinero ahorrado, como si fuese una empleada. Y aunque era la jefa y podía tomar cualquier decisión siempre lo tenía a él por jefe. Siempre consultaba con él para que los dos coincidiéramos en las decisiones que se tomaban.

¿Y en qué momento le pasa eso a tu marido?, ¿Cuántos años llevabais casados?

Llevábamos seis años de casados. El 1 de julio le dio un infarto agudo de miocardio.

Mi hijo que ya tenía dieciocho años se iba con los amigos a pasar una semana a  Asturias. Por no despertar a su padre (Jorge) se despidió sólo de mí. Me volví a acostar, y como a las 7:30 de la mañana me dijo: » me duele un poquito el estómago». Le dolía la boca del estómago. No le dolía el brazo ni nada, que es uno de los síntomas que te puede alertar de que te va a dar un infarto. Fuimos a la farmacia y pensamos que había sido algo de la cena que le había sentado mal. Durante toda la mañana no se sintió bien. Yo quería que fuésemos a urgencias pero él prefirió tomarse un paracetamol y meterse en la cama a dormir la siesta. A las cinco se levantó. Estuvimos viendo una película. Él no se volvió a quejar, pues tampoco yo insistí en llevarle a urgencias. Estuvimos toda la tarde viendo películas y hablando hasta las once y media de la noche. Fue una tarde como muy emocionante porque estuvimos recordando nuestros viajes y cómo nos conocimos.

Claro, con tu hijo de viaje era el momento de estar solos.

Claro, era como volvernos a reencontrar, volver a recordar cuando éramos novios… Recuerdo que fue una tarde tan bonita, tan entrañable, que muchas veces me gustaría que volviera, volverla a vivir.

Y, ¿qué pasó a las once y media?

Yo estaba un poco cansada, él quería terminar de ver una película. Siempre cuando yo me iba un poco antes que él a la cama tenía el detalle de acompañarme, dejarme acostada,  y taparme bien. Me dio un beso de buenas noches y me dijo «en media hora vengo». Esa fue la despedida.

Y a las 12.30, me despertaron los gritos agónicos de él. Le estaba dando un infarto, yo no lo sabía, y él ya no estaba consciente. Era una agonía lo que él tenía. Le sacudí pero no me respondía. Llamé al 112, y me dijeron que podía ser un infarto, que me calmara, que si podía darle un masaje cardíaco que se lo diera, yo eso lo aprendí cuando tenía 12 años. Le di el masaje cardíaco, pero no respondía. Vivíamos en un piso 13 y para abrir el portal a la ambulancia había que bajar.  Llame a la vecina que era enfermera pero no estaba. Era un viernes por la noche y sus hijos salían justo en ese momento que se iban de marcha. Entonces les pedí que estuvieran pendientes de abrirle a la ambulancia.

El hijo de la vecina le tomó el pulso y me dijo: «No tiene pulso, Alejandra”y empezamos a darle golpes en el pecho, yo seguía con el masaje cardíaco, y había momentos que volvía a respirar. Yo quería que se aferrara a la vida, que no me dejara, que estuviera conmigo todavía. Llegó la ambulancia, según ellos tardaron cinco minutos, a mí me pareció eterno. Yo creo que en esos segundos que le perdimos el pulso fue cuando se produjo el daño, la hipoxia cerebral que tuvo, la falta de oxígeno, de riego sanguíneo; no llegó lo suficiente al cerebro.

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¿Te dijeron los médicos que le habías salvado con el masaje cardíaco? 

Sí. Eso dijeron. Lo que él tuvo es de lo que normalmente han fallecido jugadores de fútbol, gente que está por la calle.

¿Aquella noche en el hospital qué expectativas te dieron?

Lo operaron, le pusieron un stent, porque a él se le taponó la arteria Aorta, que es la arteria más grande que entra la sangre al corazón. Pero los médicos no me daban muchas esperanzas.

¿Quién estuvo contigo en ese momento, Alejandra?

Estuve sola, no tuve el valor de llamar a mi hijo.

¿Y a su familia?

A su familia sí la llamé. Una hermana que vive también en Madrid vino al día siguiente. Su hermana que vive en Inglaterra estaba pasando unos días en nuestra casa de Estepona. Pero estaba sola con dos niños y esperó unos días porque su marido estaba en Inglaterra.

¿Te planteaste que era al final o en una situación así, una se aferra a la esperanza?

Tenía esperanza de que mi marido se recuperara, rezaba mucho y confiaba mucho en los médicos, tenía mucha confianza. Estaba en La Paz, la unidad coronaria es de las mejores de España, confiaba en que podían salvar a mi marido.

¿Por qué no llamaste a tu hijo?

No quería preocuparlo, porque además se acababa de sacar el carnet de conducir, iba en el coche, me daba  miedo la reacción que pudiera tener, y que volviese en coche, con esa edad. No sé. Aunque volviese no podía hacer nada.

Jorge estaba conectado a todas las máquinas. Había una máquina que hacía que su corazón bombeara, otra máquina para respirar, una sonda para comer. O sea, era una persona que estaba en coma, no reaccionaba.

Algunos de sus amigos y gente del trabajo pasó en esos días por el hospital. Lo dejé todo y me dediqué las veinticuatro horas del día a estar con mi marido, porque no podía ni imaginarme irme y que él se despertara y que yo no estuviera con él.

No era capaz de razonar, porque a lo mejor si razonas inteligentemente, o piensas, te das cuenta de que si se despierta te van a llamar las enfermeras, pero yo es que quería estar ahí. Así que cuando mi hijo volvió empezamos a hacer turnos. Al final yo lo que no podía era estar débil, yo tenía que estar fuerte y mostrarle a mi hijo y también a mí misma de que yo era capaz.



Alexandra, cuando está en ese coma supongo que los médicos te advertirían de que podía quedarse fatal.

Sí. Me dijeron que si despertaba las consecuencias podían ser muy graves.

Perdona que sea tan dura, pero cuando uno quiere a alguien que está así, yo creo que por un lado quieres que siga contigo, pero por otro lado piensas que si va a sufrir mucho mejor que se vaya.

Es la contradicción que se siente en esa situación. Mira, es tan horrible que nos reunimos su familia, mi hijo, dos buenos amigos de mi marido y yo cuando nos dijeron los médicos que él no podía estar entubado tanto tiempo.

Que había que hacerle una traqueotomía o que había que desenchufarlo poco a poco. Y todos decían que él había dicho en su momento, a mí nunca me lo dijo –por lo tanto yo no lo sabía– que él no quería vivir si algún día le pasara algo, que a él le desconectaran, que él no quería vivir en estado vegetal. Entonces ellos consideraban que la mejor decisión era desconectarlo. Y yo les dije que yo no podía hacer eso. Que para mí él estaba vivo todavía, aunque estuviera enganchado a máquinas. Que había algo de esperanza. Que yo no podía aceptar eso. Hasta mi hijo viéndolo así, se resignó. Pero yo quería cuidarlo, estar con él, igual que él había estado con nosotros y nos había cuidado. Hubo una discusión muy fuerte con su familia que quería desconectarlo, no darle esa oportunidad y una de las médicos, una cardióloga, me cogió a un lado y me dijo: «La única que puede tomar una decisión ahora mismo eres tú»

Ahí te alegrarías de haberte casado, de haber formalizado los papeles.

Sí, exactamente. Yo era la que tenía que tomar la decisión. Entonces  hablé con mi hijo y decidimos que se merecía una oportunidad. Las expectativas eran muy duras, pero me la jugué porque confiaba o porque tenía esa fe, esa esperanza, de que él despertaría. Fueron unos días muy complicados, porque una de las noches al pasarlo de la UVI a la UCI cogió una infección y me dijeron que le quedaban horas. Pasé a la habitación casi a despedirme de él pero rezando le pedí por favor a su madre que no se lo llevará, que lo dejara conmigo. Al darle un beso a mi marido se le saltaron dos lágrimas, pero los médicos decían que eso era un acto reflejo.

Consiguieron controlarle la bacteria pero nos decían que en el hospital se podía quedar como máximo un mes más. Estaban con recortes, me acuerdo; un mes más o dos meses más. Ya había pasado un mes y medio y no había forma de que despertase.

Nosotros le poníamos mucha música en el iPhone. Le poníamos música que a él le gustaba, porque nos decían que lo último que pierde una persona cuando está en coma, es el oído. No lo tienen muy estudiado, pero por lo menos yo quería creerlo. Igual que me daba esperanza cuando abría los ojos o lloraba de que se iba a despertar, me iba a reconocer y me iba a dar un abrazo, un beso, como el que se despierta de un sueño, pero los médicos siempre decían que era un reflejo.

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Y Jorge se despertó pero no fue así…

Cuando se despertó lo primero que preguntó fue «¿Dónde estoy?» «¿Qué me ha pasado…?” Se lo explicamos todo. Pero no nos reconocía a ninguno. Después de esa primera vez que se despertó volvió a apagarse, como que si se le hubiese agotado la pila y volvió a quedarse en un estado de semi inconsciencia.

¿Cuándo te lo llevas a casa?

A los 9 meses de aquella noche, porque después del hospital le mandaron a una clínica de rehabilitación neuronal, porque no caminaba, estaba en una silla de ruedas, no hablaba, no se movía. Ese reflejo que te digo que tuvo al despertarse la primera vez, desapareció. Volvió a quedarse otra vez como dormido. Los médicos no me creían cuando les dije que me había preguntado tantas cosas al despertar.

¿Cómo fue ese volver a casa? Porque claro, Jorge era como un niño pequeño, de pronto.

No se acordaba de nada, ni de quién era, ni de nosotros. Le llevábamos a ver sus lugares cotidianos y decía que le sonaba, algo, su empresa la reconocía, pero cuando se despertó, se despertó con treinta años. Cuando se miró al espejo dijo «Ese no soy yo, ese es mi abuelo» «No, eres tú» «No, yo tengo treinta años» Claro, mi marido es calvo, al verse así tan mayor y además estaba tan deteriorado, tan delgadito… Eso fue un impacto para él. Él mismo no se reconocía.

Cuando estaba en la clínica, yo empecé a investigar, a averiguar; los médicos no te daban mucha esperanzas, y la Seguridad Social cubre sólo un tiempo la rehabilitación. Y tú no sabes cómo tratar a una persona así. Tú no puedes moverlo, pesa, hay que ponerle mucha paciencia, como si fuera un niño, tratarle como un niño, aunque ellos son adultos, son mayores. Por ejemplo, mi marido no sabía cómo coger una cuchara cuando empezó a comer.

Yo recuerdo que lloraba horas y horas y horas, tenía los ojos hinchados. Pero luego también me quedaba a gusto y decía: «Bueno, basta de llorar. Ahora a seguir. Actúa, piensa, ¿qué es lo que quieres hacer? ¿no quieres que tu marido esté así? Busca soluciones”. Y empecé a buscar soluciones. Empecé a ver asociaciones para la ayuda a personas que han sufrido infartos, han sufrido ictus. Y llegué a una asociación de «Ayuda a la afasia”.

¿Cómo descubres la cámara hiperbárica?

Pues mira, cuando me dieron el primer informe médico había muchas palabras muy técnicas, muy médicas: «hipoxia cerebral, apraxia, afasia». Y empecé a investigar. Entonces para la afasia encontré la asociación de la ayuda a la afasia; para la apraxia, también te lo daban ahí; luego para el tema de la hipoxia cerebral, era más complicado, porque no había muchos estudios. Pero en Israel había un médico que estaba probando la medicina hiperbárica con un señor de unos cincuenta y siete años, tenía más o menos la edad de mi marido, que había tenido lo mismo.

Mi marido no podía comer, ni tragar, se le iba a los pulmones. Porque el cerebro no le mandaba la orden. Imagínate, todo está aquí en el cerebro. Así que sus días eran enteros con terapeutas, una logopeda, de neuropsicología, de afasia, de apraxia, también para ayudarle a mover las piernas, los brazos. Necesitaba una persona para todo. Así que mientras él estaba en esa fase de recuperación yo estudié auxiliar de enfermería, porque tener una enfermera todo el día en casa costaba mucho dinero, y el dinero se acaba.

Investigué lo de la cámara hiperbárica, y vi que había dado resultados muy buenos, que la gente empezaba a hablar, que empezaba neurológicamente a estar más conectados. Que es lo que yo quería. Porque a él le afectó al físico pero eso se podía conseguir de alguna forma. Son pocas secuelas las que le han quedado, pero lo que le dejó la secuela tan grande, fue a nivel neuronal. Así que lo lleve a la cámara hiperbárica a probar.

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¿Qué notaste?

Primero la mejoría en el habla. El poder hablar y conectar con la realidad. Porque mi marido estaba como en una burbuja. Él no sabía el abecedario. Yo iba en el coche, cuando lo llevaba a las clases del logopeda a veces repasando con él las letras, las tablas de multiplicar. Y con las sesiones de la cámara hiperbárica empezó como muy rápido a reaccionar, empezó a escribir.

¿Cuántas sesiones hizo él?

Se hizo en un principio entre 30 y 40 sesiones, se hacía dos diarias. De hecho una semana le hicieron hasta tres diarias. Teníamos que ir a un juicio porque lo querían incapacitar y queríamos demostrar que no estaba incapacitado, que estaba mejorando. Eso también hizo que yo buscase una solución rápida para su recuperación neuronal. Y es lo que conseguimos con la cámara hiperbárica.

¿Cuándo vinisteis a Estepona?

En julio de 2013. Ya llevamos tres años y medio.

¿Por qué te vienes? ¿Huyendo un poco a lo mejor? Supongo que mucha gente te defraudaría en aquel momento.

Mucho, mucha gente. Al final nosotros nos quedamos solos. Siempre pensábamos que éramos los tres, un equipo, nos lo veníamos planteando desde hace años. Esa fue la confirmación.

Amigas mías sí que estuvieron conmigo, muchas. Me ayudaron. Pero de parte de él es muy difícil… Pero bueno, también entiendo ahora que ha pasado el tiempo que tenían sus razones y también sus miedos. Pero nos decidimos porque los doctores nos recomendaron un lugar tranquilo, un lugar a nivel del mar, para que él se cansara menos. Ten en cuenta que él tiene necrosado casi el 45% por ciento de su corazón. Entonces se cansa muy rápido, él no puede estar mucho tiempo caminando o subir muchas escaleras porque se cansa.



¿Ya tenías claro que querías montar la clínica? 

No, mi idea era tener algo para no caer en una depresión. Me decían que hiciera algo. Así que me saqué el título de auxiliar de enfermería y empecé a hacer corte y confección porque a mí me gusta mucho la moda, me gusta mucho coger una prenda y cambiarla. Así que mientras él estaba en las terapias yo hacía esas cosas. Cuando estás en esta situación que te requiere tanta fuerza y tanta energía tienes que buscar espacios para ti. Ya sea media hora, una hora, ya sea estar con amigas, hacer deporte, salir, reírte, llorar, lo que tú quieras, pero un espacio para ti, para poder desconectar, porque si no terminas en una depresión y es lo que yo hice.

Mi idea era abrir una mercería grande porque vi que en Estepona no había, con telas traídas de Italia, con adornos bonitos. Algo que a lo mejor hay en Madrid, pero aquí no lo hay. Ese era mi sueño, mi idea, pero cuando vi que a mi marido la cámara hiperbárica le vino de maravilla y nos teníamos que trasladar a Estepóna y aquí no había, lo pensé. 

En general en la zona hay cámaras multiplaza, en Málaga, pero monoplaza no hay. Entonces hablé con la chica de la clínica de Madrid y me recomendaron estas cámaras que son las mejores.

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Supongo que abrir te supondría mucha inversión. 

Sí, tuve que vender una propiedad que tenía en Ecuador. Mi padre también vendió una propiedad. La verdad es que tuve mucha ayuda. Un amigo, un ex jefe mío en Ecuador también me dijo que si necesitaba dinero que me lo dejaba, que cuando yo tuviera se lo pagara. Mi familia me ha apoyado y me ha ayudado, creían en mí. Mi padre de nuevo me decía «Sí tú lo tienes claro y lo quieres hacer, para delante, hazlo” «¿En qué te puedo ayudar?” Y luego yo he sido muy previsora, he tenido una cuenta de ahorros para que mi hijo fuera a una universidad privada en cualquier país que quisiera.  Mi hijo en esto no me apoyaba, también te lo digo. Porque si te pones a pensar toda la inversión que vas a tener que hacer y cómo recuperar esa inversión… En Palma de Mallorca, una sesión te cuesta 250 euros. Si yo pongo ese precio sé que no me va a venir nadie. Es verdad que no es algo a lo que tenga acceso todo el mundo, pero yo creo que en temas de salud la inversión que hagas es relativa, lo importante es lo que te aporta. Yo vi los resultados del tratamiento en mi marido. No nos sobraba el dinero, pero teníamos la casa pagada y pensé: «la mejor inversión que puedo hacer es en salud, en intentar que mi marido se siga recuperando, porque ¿para qué me va a servir el dinero luego si a mi marido le pasa algo?, ¿si muere? Se ha acabado todo».

¿Cómo es vuestra vida en Estepona? Eres una mujer joven, yo supongo que también tienes que echar de menos todas las conversaciones que tenías antes con él, antes de pasarle esto. 

Pues mira, los primeros años fueron muy difícil porque no podía contar con él pero ahora sí, ahora está muy bien. Tú has hablado con él y es una persona con la que puedes hablar, que puedes dialogar, a lo mejor no puede tener su cerebro tan activo como cuando era un hombre que continuamente estaba pensando en negocios. Pero en el resto de cosas es muy consciente de todo.

No para de darme las gracias por lo que he hecho por él, que eso, antes no lo hacía, no sabía lo que estaba pasando, pero ahora sí, y me apoya y me dice que se siente orgulloso de mí. Eso me da mucha alegría, porque hace un año, por ejemplo, no lo decía. Él cada vez va mejorando. Su esencia sigue siendo la misma, eso no ha variado, no ha cambiado.

Y sobre mi vida aquí te puedo decir que ha cambiado muchísimo con respecto a Madrid. La verdad estoy muy contenta, porque conozco gente maravillosa, conozco gente luchadora, gente emprendedora, mujeres emprendedoras. Que eso me gusta porque yo soy de ese tipo de mujer. Eso es lo que me gusta de la vida de Marbella, que en Madrid a lo mejor, porque es una ciudad tan grande, no tienes la oportunidad de experimentarlo. Todo es más impersonal.

Has dicho antes que tu hijo no te apoyaba cuando quisiste montar el centro hiperbárico…

Hace Económicas y sólo veía números. Lo veía una inversión muy fuerte si no salía bien. Pero bueno, ahí estamos. Me está costando, como todos los negocios cuando empiezan y más algo que no es conocido. Esa es mi mayor ocupación, que la gente conozca todos los beneficios que tiene, para qué sirve, en qué te puede ayudar, cómo lo puedes utilizar…

Esta medicina debería cubrirla la Seguridad Social. Que en algunos casos lo cubre, por ejemplo en úlceras en pie diabético.

¿Que le pides a 2017?

Le pido mucha salud y para las personas que están cuidando de una persona enferma mucha valentía y mucha fuerza para salir adelante con esa persona y demostrarle a la persona que está enferma una actitud positiva, no hundirte porque eso también hunde a la persona que está enferma contigo. Y tener mucha paciencia, mucho amor, porque una persona enferma nos necesita mucho.

Fotografía: Lorenzo Carnero  Redacción: Ana Porras

IMG_8459-001  Alexandra Licintuña, directora Centro Hiperbárico de Estepona 

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Transcripción de audio a texto realizada por Atexto.com.

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