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Acompañando a una mujer con cáncer

Acompañando a una mujer con cáncer

El cáncer de mama es el cáncer más frecuente entre las mujeres occidentales. Sólo en España se diagnostican 25.000 nuevos casos cada año. Hoy día, más del 80% de los casos se superan. Acompañar a una mujer en ese proceso es un privilegio, ya que son ellas las que nos eligen a su lado para lo bueno y para lo malo.

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Relacionarse con una enferma de cáncer de mama supone una relación muy exigente, puesto que la mujer pasa física, psíquica y espiritualmente por diferentes etapas perturbadoras de su corporeidad, identidad y existencia. Se transforma a sí misma y transforma a quienes la acompañan. Porque de un encuentro de acompañamiento no se sale como se ha entrado, sino que se sentirá mejorado o empeorado; no existe un encuentro neutro. Por eso, el acompañamiento será terapéutico cuando la relación estimula el crecimiento en la adversidad porque le ayuda a descubrir nuevos aspectos y posibilidades, generando estrategias eficaces de afrontamiento y promoviendo el uso de los propios recursos.

«Relacionarse con una enferma de cáncer de mama supone una relación muy exigente»

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Y aquí no es tan importante el hacer, si no el estar: estar activamente, escuchando, sintiendo, apoyando, permitiendo la libre expresión de pensamientos y emociones, por muy dolorosos que nos resulten. Debemos ser conscientes de que cada enferma adopta un conjunto de actitudes con el que afrontar un diagnóstico negativo, el tratamiento, los efectos de ambos, etc. Conviene comprender la función que desempeñan sus propios mecanismos psicológicos de ajuste a la situación teniendo la cautela de no desmantelarlos y explorando con la paciente los modos más adecuados y constructivos de manejar su situación. Evitando por otro lado, toda esas frases hechas y sloganes motivadores vacíos  de empatía que nos distancian de su vulnerabilidad y sufrimiento. Nuestra labor como acompañantes de estas valientes es bailar con ellas, a su ritmo, tratando de no imponer el nuestro. Ése es el mejor apoyo que podemos dar desde la compasión humana.

«Nuestra labor como acompañantes de estas valientes es bailar con ellas, a su ritmo, tratando de no imponer el nuestro»

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Aquí se nos hace necesario señalar que no se puede confundir sentir compasión con tener lástima. La compasión nos permite acercarnos a la persona porque nos reconocemos en ella, nos damos cuenta de que estaremos en semejantes circunstancias. Puede que directamente tengamos ocasión de ayudarla o puede que no, pero en todos los casos nuestro corazón se abre y acoge con ternura, calidez y amor al que padece. La compasión dignifica, hace más humanos, a quien la ofrece y a quien la recibe. Sentir lástima es diferente, es ponerte por encima del otro creyéndote superior, infantilizándolo de alguna manera porque te da pena; sentir lástima no dignifica a nadie. Ya que en definitiva, en las sociedades contemporáneas, postmodernas, avanzadas, llenas de lujos, objetos materiales y tecnología, sólo logramos resolver el sufrimiento con la humanidad de un abrazo, una lágrima o una sonrisa: la compasión por la pérdida.

«La compasión dignifica, hace más humanos, a quien la ofrece y a quien la recibe»

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Para ofrecer una ayuda eficaz ante el cáncer de mama es necesario que, además de la aceptación cordial y de la comprensión empática, se tengan en cuenta una serie de habilidades básicas que posibilite en la mujer que padece dicha enfermedad su afrontamiento. Estas destrezas son:

– La toma de conciencia de la situación. ¿Cuál es su mayor sufrimiento actual? ¿Cuáles son sus centros de interés, su jerarquía de valores, sus gustos…? ¿Cómo se siente delante de mí que no padezco su enfermedad? ¿Cuáles son sus miedos, inseguridades e incertidumbres?, etc. Todas las respuestas, sin preguntarlas, podemos percibirlas con nuestra sensibilidad, escucha, observación, interés por ella como persona, por su familia, por los seres y objetos que le rodean. Importa no considerarla como una enfermo, es decir, como alguien que ha pasado al otro lado de una barrera invisible, pero impermeable, que la aísla del mundo de las personas normales: de los sanos, los activos, los productivos, los llamados útiles. Este desnivel lo siente intensamente la paciente, que vive en una situación de ruptura, de desacuerdo propio, de inadaptación a los puntos de vista físico, moral y social.

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-Empatía. Capacidad de percibir, asumiendo su marco de referencia, lo que experimenta ella y comunicarle esta percepción en un lenguaje acomodado a sus sentimientos. Para eso hay que escuchar con atención no sólo el contenido, sino el sentimiento que acompaña la vivencia. Requiere un acercamiento que no anule jamás la distancia, que no acabe en una disolución del yo-personal en el ajeno (identificación) ni a la inversa, del yo ajeno en el personal (proyección). La empatía es la actitud no valorativa de lo que supone para ella la situación. Aquí no hay que confundir ser empáticos con exponer una enumeración propia o ajena de casos parecidos (algo desaconsejable si pretendemos que se sienta acogida en su individualidad).

«La empatía es la actitud no valorativa de lo que supone para ella la situación»

– Aceptación o respeto. Se traduce en una apreciación concreta de la dignidad y del valor de la mujer por encima de todo, y el reconocimiento que tiene para tomar sus propias decisiones, asumiendo su responsabilidad y las consecuencias derivadas de las mismas. Sabiendo que lo que realmente es respetable es la persona y la aceptación incondicional como tal.

 

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-Congruencia o autenticidad. Es mucho más que la simple sinceridad; implica una coincidencia entre lo que siento, lo que pienso y lo que digo; coherencia entre mis palabras, mis sentimientos, mis acciones y mi vida. En definitiva, ser uno mismo en la relación, lo que es muy valorado por las enfermas y sus familiares.


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– Concreción o especificación. Implica expresarse de forma específica en lo que se refiere a los sentimientos y experiencias hacia la enferma, y orientarle a hacer lo mismo en su comunicación.

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– Confrontación. Es observar y comunicar las discrepancias que se perciben en la conducta, entre lo que dice y lo que experimenta, entre lo que dice en un momento y lo que ha dicho antes, o entre lo que dice y lo que muestran sus acciones. Evitando juicios valorativos pero movilizando hacia la resiliencia.

-Inmediatez. En algún caso, puede ser oportuno que la persona que ayuda exprese su intuición acerca de lo que se experimenta en la relación, aquí y ahora, dentro del contexto de acompañamiento, a semejanza de lo que sucede en el análisis y discusión abierta de las relaciones interpersonales que ocurren dentro de cualquier otra relación de ayuda. Para las enfermas de cáncer de mama es muy importante dicha inmediatez.

– El lenguaje sin palabras. Los gestos que se dirigen al cuerpo de la mujer enferma son un modo de relación privilegiada con ella. Es posible comunicarse con alguien sin hablar. Nos referimos a esos momentos de intenso vínculo emocional en los que basta una mirada para transmitir un mensaje, en el que la mano de ella aprieta la nuestra. Ciertos cuidados, incluso dolorosos, si se realizan con calor, discreción y dulzura, la paciente los siente como una ayuda matizada de ternura. Nos responde con relajación, con sensación de bienestar, con una actitud de confianza; y máxime si se invade su intimidad.

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-El manejo de los silencios. También la necesidad de silencio se distinguirá por el lenguaje no verbal: una, cuando la acompañada vive con malestar su incapacidad de continuar el diálogo; y otra, cuando siente la necesidad de reflexionar sobre lo que se ha dicho. En el primer caso se tratará de desbloquear con alguna intervención facilitadora. En el segundo caso se respetará el silencio. Si el acompañante vive mal el silencio y lo interpreta como una prueba de su capacidad, se verá invadido por la ansiedad y la contagiará a la acompañada. Por eso, siempre será mucho más útil el silencio en las situaciones para las que no hay respuestas que valgan.

«Siempre será mucho más útil el silencio en las situaciones para las que no hay respuestas que valgan»

– El espacio de las lágrimas. Por otro lado, hay que considerar el llanto como una manera de expresarse emocionalmente. Son erróneas y contraproducentes algunas intervenciones tales como ignorarlo, fingir no darse cuenta, bloquear su expresión, continuar el discurso iniciado, hablar de otras cosas, etc. Es positivo respetar el espacio a la persona que llora, hacerle sentir una profunda comprensión por el sentimiento que lo domina y permanecer disponible.

 

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-La acogida en el abrazo. No podemos obviar el abrazo como el arma más potente que tenemos los seres humanos para transmitir afecto, para acoger empáticamente al otro sin juicio valorativo y para reconfortar en el dolor. Es importante hacer un buen uso del contacto físico como elemento facilitador de expresión, ventilación y consuelo a nivel emocional.

 

Estas habilidades aplicadas a la relación con nuestras mujeres que padecen un cáncer de mama nos servirán de guía para el acompañamiento durante su proceso, facilitando el afrontamiento y la cercanía durante toda la vivencia con la certeza para ellas de que no están solas ni las dejaremos solas. Porque a pesar de la enfermedad se puede y se debe seguir viviendo. Ya que el concepto de lucha no puede estar asociado con el de victoria. Vencer al cáncer de mama supone ser capaces de vivir con intensidad ante sus limitaciones y consecuencias. Pues la circunstancia de la enfermedad no debería apagar la vitalidad, sino más bien iluminar lo esencial de la vida.

«Vencer al cáncer de mama supone ser capaces de vivir con intensidad ante sus limitaciones y consecuencias»

 

img_4144 Juande Serrano

Psicoterapeuta Transpersonal en Experto en Parejas y duelo

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